“El espíritu de fervor en el servicio de Dios se pierde fácilmente con un poco de complacencia” (S. José de Calasanz, en una carta del 26 de abril de 1628)
Yo lo vivo personalmente. Y lo he visto también en muchos. Corazones tocados por experiencias espirituales, personas que vuelven de un retiro cambiadas, jóvenes dispuestos a irse al tercer mundo, religiosos y sacerdotes que se lanzan a su misión con ganas de cambiar el mundo, matrimonios que se proponen hacer de la oración el eje de su vocación… y pasa el tiempo… y el fervor se apaga.
José de Calasanz lo dejó escrito en una de sus cartas demostrando gran intuición. Seguramente, lo vivió en sus propias carnes. Este joven sacerdote español que viajó a Roma en busca de una canonjía, vivió allí sus primeros años en un entorno cómodo y pudiente, dando clase e instruyendo al sobrino del cardenal Colonna. Sólo hace falta pasearse por el centro de Roma y acercarse a la antigua residencia del Cardenal para comprobar que el entorno invitaba al bienestar. Sólo cuando Calasanz decidió formar parte de alguna cofradía, cuando se sobrevino la inundación causada por el desbordamiento del Tíber y cuando comenzó a pasear y conocer las carencias del Trastévere… comenzó a esponjar un corazón distraído.
El bienestar, la comodidad, la lejanía ante el sufrimiento… nos adormece, nos hace tibios. Y el amor a Dios se enfría. Y el seguimiento a Cristo se agua.
No es malo, ¡Dios nos libre!, tener momentos de fervor en la vida. Son momentos de alta intensidad que nos lanzan, nos empujan, nos cargan de energía y fuerzas. Pero el fervor por sí mismo, si no va acompañado luego de una oración constante, de una misión entregada, de una pobreza asumida y de un sufrimiento soportado… se diluye. Pasamos de ser fervorosos creyentes a ser interesantes intelectuales, que viven su fe en su cabeza, en su entendimiento, en su cumplimiento, en sus mandamientos… hasta que ya no queda ni eso. Porque la complacencia lo envenena todo y acabamos justificándonos continuamente y pensando y sintiendo justamente de la manera en la que hemos decidido vivir. Es eso de “vive como piensas o acabarás pensando como vives”.
¿Cuánto hay de complacencia en tu vida de fe? ¿Cuánto de complacencia en tu vida matrimonial, familiar? ?Cuánto de complacencia en tu vida religiosa o sacerdotal? ¿Cuánto de complacencia en tu vida, en general? ¿Ya te has conformado? ¿Ya has dejado de aspirar a algo mejor? ¿Ya has perdido ese puntito de exigencia y de tensión que te mantiene alerta? ¿Has desactivado ya el sistema de alarmas? ¿Te has rodeado de seguros, de seguridades, de dinerito, de estabilidad?
Tal vez sea tiempo de exponerse. Aunque dé miedo. Aunque sientas temblar el suelo bajo tus pies. Sólo así volverás a mirar al Señor y decirle “te necesito”, “te amo”, “ven”.
Un abrazo fraterno – @scasanovam