En las últimas semanas, y aprovechando el tiempo vacacional y la mayor cantidad de tiempo libre, me he aficionado a jugar al conocido juego para dispositivos móviles Clash Royale. Seguro que muchos lo conocéis y habéis echado alguna partidita. Me gusta. Te obliga a conocer tus cartas, a pensar estrategia, a tomar opciones, a plantearte retos, a jugar en familia o con amigos…
Pero el otro día me daba por pensar, tras escuchar a algunos en las redes, que muchos cristianos viven su fe como si de una partida de Clash Royale se tratara. ¿A qué me refiero? Muy sencillo: viven como cristianos a la defensiva o como cristianos a la ofensiva. Tratan por igual de defender la posición de su “rey” a ultranza como de derribar cuanto antes las posiciones “enemigas”. Y para ello no dudan en sacar un buen número de “cartas” que, además, conocen y manejan con soltura. Eligen bien su baraja y ¡a jugar se ha dicho!
Estos cristianos son los que reaccionan con indignación malsana y poderosa virulencia a todo aquello que se asome en el horizonte y que tenga visos de atacar alguna de las posiciones que la Iglesia, sus creencias, sus tradiciones y su doctrina ha conseguido implantar y defender durante siglos. A la defensiva hemos vivido durante siglos, intentando contrarrestar cualquier ataque frontal que recibíamos. Y es verdad que nos ha servido, hasta que en el Concilio Vaticano II damos un giro al timón.
También son estos los que, a la vez que se defienden airados del ataque voraz de las hordas anticristianas y antieclesiales, despliegan ataques bien trabados con el objetivo de destruir a los que ya han decidido que son sus enemigos. Nada de encuentro, nada de escucha, nada de misericordia. Y escudándose en que la defensa de la Verdad está por encima de todo… se lanzan a por las torres del contrario.
El problema es que Jesús de Nazaret no vino ni a defender ni a atacar. Ni se defendió ni atacó. Jesucristo anunció, predicó, rezó, curó, habló con unos y otros, se encontró con los perdidos de Israel, con los extranjeros, con las mujeres, con los leprosos, con las adúlteras… y les miró, les perdonó y les ofreció un camino mejor. Porque Jesús no vino, repito, ni a defender ni a atacar: vino a amar y, desde el amor, a salvar.
A veces pienso que perdemos tantas energías y tanta sabiduría… defendiendo y atacando. Alguno dirá que el que ama, defiende al amado y procura terminar con todo aquello que lo amenaza. Y es verdad. El problema está en que en lugar de hacerlo a la manera en la que el Amado decidió ofrecerse al mundo y amarlo, decidimos hacerlo a nuestra manera y, por defender y atacar, a veces nos olvidamos de anunciar y de amar. Nuestra misión es conseguir la salvación de todas las almas, no su condenación. Cambiemos de método.
Mañana elegiré bien mi baraja e intentaré defender a mi rey y machacar al de enfrente. Pero esto será sólo en el Clash Royale.
Un abrazo fraterno – @scasanovam