El pasado sábado estuve en una boda, celebrando con los novios el consentimiento de ambos a comenzar un proyecto de familia, comprometido y con Dios en medio. Fue una celebración cuidada y llena de guiños, donde los novios supieron expresar que el camino, juntos, no comenzaba allí ni tampoco terminaba en esa algarabía.
Es verdad que hay personas que piensan que la boda es la culminación de algo. La boda se percibe como la meta de aquellos que, tras compartir y conocerse durante algún tiempo, “llegan” al final y son capaces de obtener el premio mayor: un día precioso, rodeados de los que más quieren, un viaje a la otra punta del planeta y muchas fotos y selfies con las que hacer vídeos fantásticos y listos para ser compartidos en la red. Es la realidad de un amor que culmina.
Otros, en cambio, apuestan por la boda como comienzo de algo. La boda se vive como la salida de una carrera que parece que surge de la nada, en la que Dios todavía no había tenido palabra y en la que los novios, simplemente se habían conocido precalentando. Un día en el que se celebra no una realidad sino un futuro incierto, del que muchos escapan, y al que muchos miran con incertidumbre y, desde luego, con la incapacidad de asegurar el resto de sus vidas. Es la realidad de un amor en pañales.
Yo creo, sin embargo, que la boda es constatación y promesa; pasado, presente y futuro; frontera, más que meta o salida. Porque esa celebración sacramental celebra algo, valga la redundancia, que ya existe, una realidad de amor real, construida por la pareja a lo largo de un tiempo, en el que Dios, por otra parte, ya ha estado presente. Dios construye antes y construye después. No aparece de repente, como por arte de magia. Juntos, la comunidad reunida, debemos ser capaces de reconocer que ese amor de pareja ¡existe y es de verdad! De ahí la importancia de los testigos, de las familias, de los amigos, del sacerdote…. Y, a la vez, esa realidad se proyecta en el futuro, dispuesta a abordar nuevos retos, a caminar nuevas sendas, a explorar nuevos territorios, a apretar un poco más la tuerca de la donación y la libertad. Es la promesa del para siempre, de la fidelidad, de la lucha constante por el otro, abiertos a los hijos y a construir un hogar para todo el que lo necesite.
Gracias a Dios, el pasado sábado, fui testigo de eso, de esa historia común, reconocible y esperanzada, por la que rezo desde ya. Su compromiso y su valentía es testimonio vivo para todos los que caminamos a su lado.
Un abrazo fraterno – @scasanovam