Esta noche, durante la cena, salió en la mesa el tema de la vocación. Estaba explicándoles a mis hijos el encuentro en el que había estado el sábado, un encuentro de personas en formación para recibir ministerios laicales, y explicándoles de qué iba eso de ser ministro de pastoral. Mi hija me dijo entonces: “Si tú quisieras ser cura ahora, te tendrías que divorciar de mamá, ¿no?”. Vaya frasecita le salió a la niña. Y ahí surgió.
Les conté que su madre y yo estábamos casados porque en un momento de nuestra vida ambos descubrimos que el Señor nos llamaba a formar una familia, a casarnos y a tener hijos. Les conté que hubo un momento en el que yo me planteé ser escolapio y sacerdote y que no me hubiera importado pero que, luego, intuí que el Señor me pedía otra cosa, que mi camino era otro. Luego les conté que empecé a trabajar en la empresa pero que donde yo era más feliz era en el colegio, llevando catequesis, acompañando niños y jóvenes, en las convivencias… Y que, además, así me imaginaba en el futuro. Y que todas esas pistas me han ido guiando en las decisiones tomadas para intentar ser feliz a la llamada.
Tal vez lo más importante que pudimos compartir fue la certeza de que en la vocación nos jugamos la plena felicidad. Sea cual sea la vocación, sea cual sea la llamada que te hace el Señor, en ella radica toda tu felicidad, aunque tú no lo veas así en un momento determinado. Seguir la propia vocación es transitar por el camino de la autenticidad y eso siempre se traduce en alegría y paz pese a todas las dificultades que puedan presentarse en el trayecto. Lo contrario también sucede: tener un aparente éxito, una aparente comodidad, o no, y estar sediento, hambriento, en lucha… porque algo no va, no funciona.
Una de las labores principales que podemos hacer como padres y madres es ayudar a nuestros hijos a leerse a ellos mismos, ayudarles a darse luz, a ponerse a la luz de la Verdad, de su Verdad. Yo miro a cada uno y veo distintas semillas, distintas formas de ser, distintas cualidades, dones diversos… posiblemente distintas llamadas, distintos proyectos y planes de Dios para cada uno. Y reconozco que es una de mis grandes preocupaciones: enseñarles la importancia de hacerse la pregunta de qué querrá Dios de uno y ser valientes para responderla, con honestidad.
Cuando uno es honesto consigo mismo y con Dios, no hay lugar para la equivocación. Si le dejamos espacio, Dios actúa y se presenta en la vida con claridad. No tengamos dudas. Así fue en mi caso. Y aquí estoy, aspirando a ser maestro en un colegio, acompañando a los niños en la oración, formándome en Ciencias Religiosas, tras haber estudiado una Ingeniería y tras haber trabajado quince años en una de las multinacionales más importantes del mundo. No puedo estar más feliz.
Un abrazo fraterno – @scasanovam