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Atentado en Barcelona. Cómo lo vivimos en familia…

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Santi Casanova - publicado el 18/08/17

Ayer estábamos allí. A 300 metros de donde sucedió todo, disfrutando del magnífico Museo Marítimo de la preciosa y única ciudad de Barcelona. Habíamos transitado por la Plaza Cataluña y las Ramblas una hora y media antes y teníamos pensado quedar con unos amigos un ratito después. Me llegó un whatsapp de una amiga del grupo de teatro de Salamanca preguntando si estábamos bien y enseguida, sin decir nada, abrí la prensa digital y me enteré. El cuerpo se me tensó de repente y la frecuencia cardíaca se aceleró. Se lo enseñé a Esther. Nos miramos preocupados, por el drama que se estaba viviendo fuera de aquellas paredes y porque nos había pillado, como quién dice, allí mismo. Decidimos seguir con la visita, manteniendo la calma y sin decir nada a los niños. Pero el resto de la tarde ya no fue igual para mí.

El estar con los niños en aquella situación lo agrava todo. Creo que los que sois padres y madres lo entenderéis fácilmente. Más allá de ti, piensas en ellos. Tuve que hacer un esfuerzo por controlar mis pensamientos y por conseguir no pensar en el atentado en Túnez, en el que un comandó entró en un museo, o en alguno de los de Francia. Tenía miedo. Claro que tenía miedo. Mi mente fue un auténtico hervidero, soy así. Me fijé en las posibles salidas de emergencia e incluso en lugares donde escondernos si la situación lo requiriese. Y llamé a mi padre. El contacto con él fue permanente toda la tarde y también nos aconsejó quedarnos dentro del museo. Allí estábamos bien, protegidos por galeras, canoas, velas, timones y remaches. Al poco tiempo, me dirigí al personal del museo para preguntar la situación y saber si habían recibido alguna indicación oficial. Me confirmaron que el museo estaba cerrado y que se podía salir pero no entrar. Eso me dejó más tranquilo.

Los niños empezaron a terminar su visita y empezaron a quejarse de hambre, de sed, de cansancio… Pedí permiso para merendar en el museo, sentados en unos bancos y no nos pusieron problema. El trato fue exquisito. Gracias. Y fuimos acompañando el final de la tarde poco a poco. Las noticias no eran alentadoras. Muchos heridos y muertos. Desconcierto. Terroristas huidos. Noticias vagas. Estaciones de metro cerradas. Las Ramblas cortadas. Y nosotros allí. Como se acercaba la hora de salida, decidimos que yo saliera a por el coche mientras el resto me esperaba dentro. Si yo podía llegar al parking y sacar el coche, les llamaría para que salieran. Si no podía, volvería al museo y pensaríamos otra cosa. Salir fue otra experiencia. Sentí perder la seguridad, estar amenazado. Había tensión en el ambiente aunque todos nos comportábamos con obligado y necesario sosiego. Ver el párking abierto fue un alivio y también subirme al coche y avisar al resto. Los recogí. Nueva fase. Empezamos a salir de allí camino de casa. Retenciones. Y uno con la sensación de que hasta que no se llegara a casa… mejor no perder la atención y la precaución. Entre medias, whastapps, mensajes, llamadas… Activamos el safety check de Facebook y actualizamos nuestros perfiles diciendo que estábamos bien. Los niños sabían que había habido un atropello pero nada más. Mi mujer y yo teníamos claro que la conversación merecía sosiego, paz, estar en casa… para no generar un pánico innecesario en los niños y también para poder afrontarlo con calidad.

Más de una hora después llegamos a casa, gracias a Dios. Pedimos que hubiera normalidad y que no estuviera la tele puesta. Queríamos gestionar la situación adecuadamente. Pedimos a los niños subir a la terraza y allí les contamos lo sucedido. Les contamos que había sido un atentado terrorista, que nos había pillado cerca, que había muertos y heridos, que habíamos tenido suerte… Hubo preguntas. Y hubo respuestas. Compartimos emociones y sentimientos. El miedo de unos, la rabia de otros… las preguntas sin respuesta y los consejos para las próximas horas: intentar no ver imágenes y dejar que papá y mamá fuéramos quiénes les contáramos cómo iban las cosas. A la vez, intentar controlar la cabeza para no dejar que los pensamientos de miedo nos llenen de congoja y de ansiedad, tratar el miedo como se merece: acogerlo con normalidad pero no dejarle que tome el control…

Y terminamos rezando, con las manos de unos y otros entrelazadas. Dimos gracias por la suerte que habíamos tenido, por haberlo vivido juntos; pedimos por las víctimas y sus familiares y también pedimos por los terroristas, por los fanáticos, por los extremismos sin razón… pedimos por saber colaborar en un mundo mejor, más fraterno y dialogante. Pedimos fuerza para todos.

Hoy hay tristeza, dolor, miedo. Mañana, seguiremos mirando al mundo con esperanza, construyendo relaciones de amor, perdonando y animando al perdón, pidiendo a nuestros políticos gobernar con más sabiduría y poniendo nuestra familia al servicio de todos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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