Una de las mayores novedades del discurso del Papa Francisco previamente a su viaje a México ha sido la franqueza. Dijo que iba a la Ciudad de México solamente porque ahí estaba la Virgen de Guadalupe. Canceló un encuentro con el mundo de la cultura porque prefirió encontrarse con las periferias y la pobreza. Y eligió lugares peligrosos, olvidados o conflictivos para proponer desde ahí su mensaje (Chiapas, Michoacán, Estado de México, Chihuahua…).
Y la confianza ha devenido en clarísima referencia a Guadalupe. Primero pidió –como único deseo—que lo dejaran a solas, en el camarín donde se encuentra la sagrada imagen. Y en el video mensaje enviado este lunes a México, el Papa abrió su corazón:
”¿Quieren que les confíe otro de mis deseos más grandes? Poder visitar la casa de la Virgen María. Como un hijo más, me acercaré a la Madre y pondré a sus pies todo lo que llevo en el corazón. Es lindo poder visitar la casa materna, y sentir la ternura de su presencia bondadosa. Allí la miraré a los ojos y le suplicaré que no deje de mirarnos con misericordia, pues ella es nuestra madre del Cielo.”
A ella le confíó el viaje. Seguramente, además de mirarla a los ojos, le va a platicar tantito. Le va a decir algo de su encuentro con el Patriarca Kyril el día anterior, en La Habana. Va a proponerle que su querida América Latina tenga paz; que los refugiados centroamericanos encuentren refugio; que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba sean ejemplo del nuevo tiempo… y que México, el país que ella eligió para quedarse, derrote la subcultura de la impunidad, la violencia y la corrupción.
Una cosa más, seguramente le pedirá: que ayude a todos los cristianos a entender que Su Hijo, de quien es Vicario, quiere misericordia, no sacrificios. Y que la fe tiene que salir a la calle. No mundanizarse. Vencer a la indiferencia.