La capacidad comunicativa del Papa Francisco está fuera de toda duda. Es un Papa de signos, que comunicó extraordinariamente con un pueblo de signos (como el mexicano). Pero, y esa es una parte poco explorado del Pontífice, también lo es de tonos.
El grano de la voz resulta esencial en un modelo comunicativo de masas. Lo saben a la perfección los grandes oradores. El memorable discurso de Martin Luther King el 28 de agosto de 1963, en Washington (“I have a dream”), no podría haber sido dicho de otra manera sino en tono de salmodia; una repetición propia de los “negro spirituals” que tanto cautivan aún ahora a todos los oyentes. Mezcla de historia y melancolía; de rabia y esperanza…
La alocución a los obispos mexicanos en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, frente a la Virgen en la Basílica de Guadalupe, o el discurso de la recepción oficial de gobierno en Palacio Nacional frente el encuentro con las familias en Chiapas, ¿fueron dichos en el mismo tono? Por supuesto que no. El Papa sabe que un signo imperceptible pero eficaz en la comunicación del Evangelio es –diría Bernanos—hablar “como cristiano.” Es decir, tener la cortesía verbal de buscar el sentido que le haga sentido al otro, al oyente. No gozarse en las palabras propias, sino hacer de ellas una forma de abrazo.
Hablé de cortesía verbal. Es la rama –permítaseme la rimbombancia—de la pragmatolingüística que Frazer define como “el contrato conversacional”. En efecto, dicho “como cristiano”, es el acuerdo que hace el que habla con quienes habla. Y Francisco realiza un convenio con cada uno de sus escuchas. No es que diga lo que quieren oír, sino lo que su corazón anhelaba oír.