La última etapa del largo viaje de Francisco a México toca Ciudad Juárez, en el norteño Estado de Chihuahua, frontera con Estados Unidos. La despedida del Papa no podría haber sido más significativa. Toca la llaga abierta por donde se desangran buena parte de América Central… y México.
Utilizo para esta columna el nombre de un breve y precioso texto de Jesús Alejandro Ortiz que es, a la vez, una narrativa teológica y una exploración antropológica del fenómeno migratorio, basadas en el trabajo dentro de una parroquia –como tantas otras en Estados Unidos—dedicada a la Virgen de Guadalupe. Ésta en Ontario, California.
Cristo, en efecto, fue migrante, junto con su familia. Y los nuevos cristos son los millones de refugiados, exiliados, expulsados de México, El Salvador, Guatemala y Honduras, que llegan a la Unión Americana huyendo de todo: de la pobreza, de la falta de oportunidades, de la violencia, de las maras, de los narcos, de los secuestradores, de la extorsión.
La Iglesia católica, tanto en Estados Unidos como en México, ha sido el principal bastión de defensa de sus derechos y los de sus familias (a estar reunidas). Los obispos estadounidenses han exigido (y presentado) una reforma integral, que modifique el sistema migratorio estadounidense, por obsoleto e inhumano. Obama lleva ya casi 2.5 millones de deportados. Muchos de ellos regresan a morir a sus países. Otros dejan huérfanos en el camino. Familias rotas, miles de niños sin padres…
La Iglesia católica mexicana ha construido albergues y da cobijo a los migrantes desde su entrada por Chiapas hasta su salida por estados como Coahuila, Tamaulipas, el propio Chihuahua, Sonora o Baja California, así como puntos intermedios del inmenso territorio mexicano. Son célebre los del padre Solalinde (“Hermanos en el Camino”) o “La 72” en Tabasco. Son conocidas en el mundo “Las Patronas” en Veracruz o el albergue del Padre Pantoja en Saltillo.
El Papa verá dos ciudades fronterizas, Juárez y El Paso, celebrando juntas la vida y la dignidad humana. Hay una barda que las divide. Pero hay una fe que las une. La fe en Cristo indocumentado, ilegal, espalda mojada, bracero. Sus palabras deberían engendrar una nueva agenda de resolución al problema migratorio. Ya no puede ser planteado de manera unilateral (como quiere el señor Trump), sino de forma multilateral: los emisores y los receptores juntos, por el bien de América y por el bien de los más pobres.
Al hacer una lectura de la experiencia violenta y deshumanizadora del fenómeno migratorio en esta parte del planeta, Jesús Alejandro Ortiz introduce una nueva bienaventuranza en el Sermón de la Montaña versión siglo XXI: “Bienaventurados los migrantes porque de ellos será la casa de Dios.” Algo muy similar piensa el Papa Francisco. Y ese pensamiento cristiano es el que podrá salvar la crisis humanitaria que hoy vivimos en la frontera entre México y Estados Unidos.