El Papa Francisco clausurará en breve el Año de la Misericordia y me da un poco de pena, porque en casa nos ha dado mucho juego. Por otra parte, nada nos impide a nivel familiar seguir en la misma clave. Al fin y al cabo ¿qué sentido tiene poner el acento durante tanto tiempo en algo como la misericordia, si no sirve para transformar y dejar huella?
A mi marido y a mí nos gusta mucho trabajar el tema del perdón, tanto en nuestra relación de pareja como con los niños. Pensamos que es clave para la convivencia pero también para crecer integrando que los errores son parte natural de la vida y que lo importante no es no cometerlos sino aprender de ellos. La teoría es sencilla y parece bastante obvia, pero solo con mucho entrenamiento consigue uno llevarlo a la práctica de manera automática y ni aún así.
Porque cuando uno está enfadado no es fácil acoger al que tienes en frente y porque si el error implica hurgar en heridas del alma, perdonar todavía cuesta más. Y he aquí el reto que ofrece también una gran oportunidad para crecer y para deshacer esos nudos que a menudo se nos atascan a mitad camino entre el estómago y el corazón.

Justo antes de que Sara convirtiera la caja en una obra de arte esta mañana estábamos atascados. Sara se bloquea con los enfados (no con los suyos, sino con los de los demás). No soporta que sus hermanos se disgusten con ella, pero claro, aunque es una niña bastante buena, a veces también se le va la mano o se le suelta la boca. Y es lo que ha sucedido hoy. Una, que ya tiene muchas horas de vuelo en estas lides, sabía que esa cara seria la cambiábamos en «un pis pas» con una dosis de perdón. Y así ha sido.
Me han ayudado sus hermanos mayores que disfrutan estas situaciones un montón. Les he guiñado el ojo y todos hemos dramatizado un poco la escena:
- «Sara ya sé lo que te pasa. Estás triste porque le has hecho daño a Ángel y no quieres que él esté enfadado ¿verdad?»
- (Sara asiente sin decir ni «mu»)
- «Lo que has hecho está mal, pero creo que Ángel, aunque le duele el dedo, está deseando hacer las paces si le pides perdón».
Ni un minuto después: «Ángel, perdón».
Cuando son pequeños son escenas cargadas de ternura. A medida que pasa el tiempo la cosa se va complicando y no siempre te ves capaz de solucionar como a ti te gustaría las tensiones del día a día. Los conflictos tienen más matices y cuesta más deshacer el nudo. Pero el desenlace de las situaciones merece mucho la pena, cuando hay una apuesta clara por entender los «porqués» del otro y dar a la familia la oportunidad de volver a empezar.
En este sentido el Año de la Misericordia ha sigo un regalazo para entender mejor un concepto que puede sonarnos un poco a pasado pero que tiene que ver con cuestiones que siempre formarán parte del presente, como el amor verdadero, la comprensión, la comunicación, el perdón o la reconciliación. Acaba el Jubileo, pero la vida sigue en nuestra familia, con cada uno de nosotros más entrenados en misericordia. @amparolatre