Mi benjamina lleva quince días en casa de la abuela, en la playa con sus primas pequeñas, y tengo la impresión, cuando hablo con ella cada mañana, de estar asistiendo a una especie de transformación.
Sara es tranquila, comedida, cuidadosa con lo que dice. Estos días sin embargo, me cuenta cómo le van las cosas gritando fascinada con todo lo que está haciendo.
“¡Hola mamá. Estoy muy bien!”, me decía uno de estos días a un volumen que no me parecía ella.
En casa, es una niña que nos lo pone muy fácil, pero yo siempre tengo la duda de si será porque ella es así verdaderamente o si son las circunstancias las que la llevan a aceptar sin mucha resistencia que no siempre nos podemos quedar en el parque o que para poder atender las urgencias de los mayores hay tardes que le lleno la mesa de la cocina de acuarelas y la dejo sola rato y rato, sin poder prestarle mucha atención. Supongo que hay un poco de todo.
En algunas cosas es una pequeña demasiado mayor. Algo que lleva a su padre a repetir a menudo: “cuanta sensatez en un cuerpo tan pequeño”. A mí, sin embargo, me genera cierta inquietud que no tenga las pataletas propias de la edad o que se ponga a llorar simplemente por “tener ganas de portarse mal”, como dice ella en medio del cuajo.
“¿Quieres saber lo que me ha pasado?”, me decía ayer. “A Luna le duelen los dientes y me ha mordido, pero luego me ha dado muchos besos. Ayer me dio con el mando de la tele en la cabeza y hoy me ha mordido. Fíjate”.
Luna es su prima pequeña, que vive demasiado lejos. Sara lleva todo el curso fantaseando con el mes de julio en el que iba a poder jugar con ella. Así que no hay mordisco o golpe que puedan arruinar estas semanas mágicas.
A los cinco años, en casa de la abuela, todo es una fiesta. Ir a pasear al perro, llevar la basura a reciclar o tender la ropa. Pero las cosas como son, teniendo la playa cerca, a esta edad no es necesario mucho más.
“¡Hemos visto una tela de araña en un ciprés, mamá!”
Este ha sido su último titular, que me ha recordado que poner al día su capacidad de asombro es una de las tareas más interesantes que un niño urbanita puede hacer en verano. Y por lo que veo mi benjamina está aprovechando cada minuto.
Sara ha pasado de hablar casi susurrando a gritar todo el tiempo. Supongo que la felicidad cuando es mucha, “se sale por los poros”. Y esta es la situación de la peque de la casa, que después pasar un curso cediendo en muchas cuestiones para que podamos atender urgencias de mayor calibre está disfrutando a tope de “su momento”. Y yo me alegro tanto…
Uno de mis propósitos a partir del mes de septiembre será lograr que grite de alegría también durante el curso. @amparolatre