Tener niños pequeños en casa es una bendición. Su lógica, su inocencia y su espontaneidad son el mejor antídoto para el desánimo y el desencanto.
Y si hay un momento en el año en el que los adultos podemos disfrutar de su particular manera de mirar el mundo es la Navidad. Si nos quedamos a su lado, si les escuchamos y nos ponemos a su altura nos echaremos unas risas y nos encontraremos con más de un abrazo espontáneo. Pero también podemos encontrarnos con más de una reflexión de mucha altura. Porque cuánta sensatez encierran algunos cuerpos tan menudos.

De las últimas conversaciones con mi hija Sara me quedo con la que hemos tenido mientras escribía su carta a Papa Noel y a los Reyes Magos. Ha repartido entre ambas los juguetes que más le gustan pero me ha pedido ayuda para escribir el comienzo de ambos textos.
«Soy Sara. Quiero sorprenderme»
Esto es lo más importante que mi hija quería hacerle llegar tanto a SS.MM.RR como a Santa Claus. Y a mí me ha parecido tan revelador…
Me ha parecido tan interesante su petición que le he alabado el gusto. La situación se ha prestado para hablar de lo divertidas que son las sorpresas y sobre lo bonito que es fiarse de las personas que sabemos que nos quieren mucho.
«Los Reyes Magos te conocen, saben cómo eres y te quieren. Me parece una idea estupenda que les dejemos a ellos elegir algo. Seguro que aciertan».
Sara está emocionada con la idea de pedir menos y esperar a ver qué pasa. Qué lecciones nos dan a veces estas personitas menudas. @amparolatre