Hoy es uno de esos días en los que a pesar de las dificultades -que las hay, que nadie piense que no- he sido capaz de echarme unas risas y de disfrutar de las cosas más insignificantes. Y cuando me descubro así, he de reconocer que me gusto más.
Es difícil saber por qué sucede eso o por qué no, pero cuando el día está de risa fácil, todos lo agradecemos.
Hoy Sara se ha bañado a lo grande. Ha disfrutado de un baño larguísimo en el que nadie se ha quedado al margen de sus historias. La familia pata, Pitufina, Blancanieves y el rey que le tocó en el roscón de Navidad. Sara ha hecho su selección de “muñecos duros”, que son los que no se estropean en el agua y los ha metido a todos en la bañera. Cuando he recogido el baño no he podido evitar esbozar una sonrisa.
Cada día, cuando acuesto a “nuestra pequeña” llega el momento de “los mayores”. Es cuando podemos hablar en clave adulta de cómo nos ha ido el día. Yo soy muy preguntona, pero me he dado cuenta de que ellos también quieren saber cómo me ha ido a mí la jornada y cuáles son las dificultades a las que he hecho frente en mi trabajo. Ayer me preguntaron por la salud de un par de compañeras que están pasando una racha complicada y compartí con ellos las últimas novedades.
“Mamá últimamente me duermo tardísimo porque con todo esto que me cuentas me enrollo muchísimo con Dios. Le tengo que hablar de tanta gente…”
Ésta, por supuesto, es “mi mediana” en estado puro. Deliciosa.
Me encanta que “se enrolle mucho”. Ojalá no deje de hacerlo nunca.
En una casa con niños muchas tardes son un no parar. Sacar adelante las tareas del colegio y leer un rato nos llevan casi hasta la hora de la cena. Sin embargo, un día más me doy cuenta de que lo verdaderamente importante sucede cuando nos sentamos alrededor de la mesa para partir el pan mientras compartimos la vida. Entonces somos capaces de hablar a otro ritmo, de analizar lo que hemos vivido y de ofrecer puntos de vista distintos.
Desgraciadamente, hay días en las que las urgencias nos llevan, por ejemplo, a que uno cene antes que otro y nos perdemos sobremesas bien sabrosas. O voy con tanta prisa recogiendo la casa que no me paro a contemplar lo que queda de la fiesta que “mi pequeña” ha montado en la bañera. Son las consecuencias del ritmo que llevamos.
Me pregunto hasta que punto son prisas inevitables. No lo sé. Lo que sí creo es que tenemos mucha más capacidad de contemplación que la que ejercitamos habitualmente y que si la entrenáramos disfrutaríamos de un montón de detalles que se nos escapan en medio de tanto “acelere”. Seguro que seríamos capaces de reírnos más. @amparolatre