Cuando repetimos mucho algunas frases, corremos el riesgo de convertirlas en “humo”; frases vacías. Es lo que sucede con muchas cuestiones relacionadas con la educación de los hijos, si no nos preocupamos de hacer aterrizar los conceptos.
Repetimos hasta la saciedad que debemos motivarles, educarles en valores o por poner otro ejemplo, transmitirles esperanza en la vida. ¿Pero en qué consiste cada uno de estos retos?
Sobre esto último, precisamente, le preguntaba hace unos días una periodista a un arzobispo emérito en la presentación de sus memorias. Y esto fue lo que contestó:
“La esperanza no se da. Se la tiene que ganar cada uno. La esperanza es fruto de la decisión personal. Se reparten caramelos, no esperanzas”.
Era un acto largo y mi capacidad de concentración estaba empezando a resentirse, pero de repente, copié el minuto que marcaba la grabadora. “Bonito titular”, pensé y volví a prestar atención: