Llevo desde el pasado domingo 13 de marzo refugiándome en esa foto cada dos por tres. Es una imagen que me transmite esperanza, ternura y energía. Por eso mientras vuelvo en el metro cansada a casa me relajo y cargo pilas mirando la carita de mi hija mediana, apretando los ojos con fuerza mientras piensa en un deseo, segundos antes de soplar su tarta de cumpleaños.
Ella con arrugas en los ojos de tanto apretar, de tanto desear y yo con arrugas en la frente de tanta emoción al ver la fuerza con la que Irene es capaz de soñar. Dí que sí, Irene, apunta alto, sin límites.
Por respeto a la intimidad de mi hija no la puedo compartir en “El lío madre”, pero varias personas que han visto la imagen me han dicho, “escribe de esos ojos”. Y aquí estoy.
Acaba de cumplir 9 años, pero con ella mantenemos conversaciones de adulto. Tiene una sensibilidad especial para ir a los esencial y eso a veces a sus padres nos confunde porque nos tiene acostumbrados a comportamientos más propios de una personas mayor. Afortunadamente, la instantánea del día de su cumpleaños lo que refleja es que su corazón de niña sigue estando ahí, afortunadamente. Y espero que lo esté aún por mucho tiempo, aunque eso no le impida que ese carácter tan potente que tiene se deje sentir también en la intensidad con la que ella es capaz de soñar.
No tengo ni idea de lo que pasaba por su cabeza en ese instante, no le he pedido que me lo cuente, pero no me cabe la menor duda de que era algo grande. A veces nos olvidamos de lo importante que es tener esos momentos para que alguien te diga, “pide un deseo; lo que tú quieras”, también a los adultos. Porque como decía el Principito, “ningún soñador es pequeño y ningún sueño es demasiado grande”.