Mis hijas han amanecido hoy con ganas de manualidades. Ha sido ínutil hacerme “la longuis” con Sara y decirle que había muchas cosas que hacer antes y que tenía que esperar a que terminara con lo doméstico.
Reconozco que verla tan paciente a sus cuatro años, me resulta irresistible. Yo tenía un plan previsto para hoy -nada emocionante, por cierto-, pero después de diez minutos persiguiéndome por toda la casa animándome en “mis quehaceres”, enroscándose a mis piernas cada dos por tres, he pensado “¡venga ya, Amparo!¿vas a perderte una mañana de pijama estupenda?”
Así que he sacado la caja de rotuladores, la carpeta de papeles de colores y las tijeras troqueladoras y manos a la obra. Nuestro objetivo era, por una parte, hacer algunas postales para felicitar la Navidad y por otra, unos servilleteros con fieltro verde y rojo. La verdad es que hemos quedado muy contentos con el resultado. En otras ocasiones nos hemos propuesto retos demasiado complicados y nos hemos quedado a medias y eso siempre nos deja mal cuerpo a todos.
No soy muy mañosa y reconozco que me da cierta pereza este tipo de actividades. Pero qué le vamos a hacer si a ellos les gusta, no queda otra que vencer la resistencia. En los últimos años he logrado reconciliarme un poco con las manualidades navideñas gracias a la pistola de silicona (arreglo con ella hasta zapatos) y a las barras de purpurina y pegamento, que evitan el desparrame del polvo brillante de antaño, que seguía apareciendo por los rincones de casa en Cuaresma.
Han sido casi tres horas que se nos han pasado como si nada y en las que además hemos hablado de todo un poco. Uno de los grandes logros del día ha sido conseguir que Sara diga por fin “oro, incienso y mirra”, en lugar del “oro, incienso y mierda”; algo que tenía a sus hermanos agobiadísimos. Mi “plan previsto” quedará para otro momento, pero ha sido un gran día. @amparolatre