Van cumpliendo años y no perdonan. Montar el «belén» es sagrado.
Es curioso cómo una actividad tan sencilla consigue reunir a toda la familia. Todos quieren hacer el camino y el río; todos poner pastores y aportar ideas.
A mí me encantan los nacimientos sencillos, el Misterio sin más, pero no hay forma. No consigo convencer a nadie, de que menos es más.
Y en esta ocasión me puedo dar con un canto en los dientes, porque no está todo lleno de luces, que sería lo ideal para mis hijas.
Con esta pequeña concesión he de darme por satisfecha.
Este año, nos ha costado ponernos de acuerdo con el lugar en el que montar el «belén». Al final hemos liberado una estantería de libros del comedor. Después de forrarla de papel nos hemos puesto manos a la obra.
Y si «mi adolescente favorito» dice que ha quedado «chulo» es que no está nada mal.
Así que gracias al margen que nos brinda un fin de semana largo como éste, ya tenemos árbol y «belén» con las escenas que hemos escogido para este año y que nos permitirán reflexionar en torno a unos cuantos temas cruciales cualquier persona.
¿Sabemos identificar cuál es la luz en nuestra vida? ¿Sabemos seguirla? ¿Tomamos las decisiones importantes de nuestra vida dejándonos llevar por ella?
Son preguntas que, cada año por estas fechas, les lanzo a mis hijos, mientras cambiamos los pastores de sitio o retocamos el camino que se ha deshecho.
A los mayores les doy donde más les duele. ¿Ante quién te arrodillas tú? ¿Eres fiel a ti mismo y a tus valores? ¿Ante que dioses os plegáis?
Pueden parecer preguntas complejas pero responden a las grandes cuestiones, que son universales y atemporales. Una niña de once años y por supuesto un chico de 14 entienden perfectamente el lenguaje y el fondo de la cuestión.
El Adviento y la Navidad son momentos de muchas cosas, también de plantear en familia lo que significa arrodillarse, esperar, decir sí o seguir la Luz. Si no nos paramos a pensar en todo esto, nos quedamos solo con una parte de la fiesta, que no es la más interesante. @amparolatre