Todo el mundo tiene un lado “friki” y yo acabo de descubrir el mío, de la mano de la serie de televisión “Verano azul”, que vio la luz por primera ve en RTVE en octubre de 1981.
A quien ronde la cuarentena no hay que explicarle de qué hablamos.
En casa, después de hacer un esfuerzo enorme por reorientar el tiempo de televisión hacia concursos como “Pasapalabra”, “Master Chef” o “La Voz” y viendo que a pesar de ello, el cuerpo de nuestros hijos pide series, hemos optado por matar el gusanillo alejados de las de Disney. No quiero generalizar y tampoco me voy a poner a dar títulos, pero seguro que a vuestros hijos les gustan algunas de esas en las que los padres, no están por ningún sitio o parecen estar chiflados y en las que los actores adolescentes parece que se han tomado tres Coca-colas. Por no hablar de la superficialidad y del culto al cuerpo y a la imagen que se hace en ellas.
Desde hace unas semanas vemos juntos “Verano azul” y mi marido y yo estamos sorprendidos del éxito que está teniendo. A Ángel y a Irene les encanta el concepto de pandilla y a mí que en medio de misiones imposibles y trastadas divertidas se plantean cuestiones eternas que jamás pasarán de moda: el primer amor, los celos, los desencuentros con los padres, la muerte, la defensa de la naturaleza o la amistad. Y todo ello con un estilo narrativo más pausado y algo más poético, que nunca viene mal como contrapunto a la tendencia de cierto acelere que está en todos los ámbitos.
A ellos les pasa totalmente desapercibido, pero a mi marido y a mí nos ha llamado la atención la absoluta defensa de la vida y del matrimonio que se hace en algunos capítulos, diálogos totalmente impensables en cualquier serie actual. Una lástima. La “smart tv” nos ofrece la posibilidad de recuperar este tipo de historias, que en nuestra familia están sirviendo además, de estímulo para terminar pronto con las obligaciones diarias y podernos sentar juntos a ver un capítulo más.
Me considero una persona bastante normal en el mejor sentido de la palabra, pero puede que con “Verano azul” haya aflorado mi lado más “friki”.