El inicio de la vida en pareja supone un cambio, pero la llegada de los hijos nos pone en una clave de generosidad y apertura que nunca antes habíamos vivido.
A partir del nacimiento del primer hijo pasamos a vivir desviviéndonos. Y hay que hacer ajustes en el hogar, que se queda pequeño; en los planes familiares y en la relación de pareja, que también acusa para bien y para mal dejar de ser dos. Falta tiempo para confidencias, paseamos y a veces ni siquiera podernos coger de la mano, y aunque parezca mentira pueden aparecer celos de los propios hijos. Seguro que todo esto os suena.
Hay tanto que hacer…
Cuando los niños son pequeños corremos el riesgo de pensar que todo depende de lo que hagamos nosotros. La salud del bebé, el éxito de un cumpleaños, la armonía del hogar, que funcionen las cosas en el colegio. Y cuando aparecen las actividades extra escolares, la logística doméstica adquiere una complejidad todavía mayor, aunque tirando de aquí y de allá logramos el ansiado encaje de bolillos.
Sin embargo, no es tanto lo que está en nuestra mano. A veces en la familia surgen problemas para los que no encontramos solución, queriendo hacer bien hieres al que tienes enfrente, notas que tu hijo se aleja y no logras conectar con él aunque la relación siempre haya sido buena o tu relación de pareja se enfría y no sabes cómo sentirte cerca de la persona con la que has decidido pasar el resto de tu vida. Y a esto añadamos las limitaciones de cada uno, de madurez (los adultos también somos inmaduros a veces), paciencia, resistencia física, creatividad, empatía…
Por poner solo algunos ejemplos que seguro que también te son familiares.
Del verano a esta parte he conocido en distintos círculos en los que me muevo a madres que se juntan para rezar por sus hijos y por su familia. Independientemente de los estilos con los que organizamos las cosas de casa, gestionemos una rabieta o pongamos límites a las pantallas, a muchas mujeres nos une ese momento en el que el corazón te lleva a dar gracias por todo lo bueno y a pedir para que aquellos a los que más quieres no les pase nada malo. O para que si les pasa, tengan fuerza para superar aquello que se puede reconducir o aceptar lo que no se puede cambiar.
Mothers Prayers es una de las iniciativas que he conocido recientemente y me parece que hace mucho bien. Pero paralelamente en varios de los grupos de whatsapp en los que estoy con amigas ha surgido esta inquietud, la de rezar juntas por lo que más queremos.
Hay veces que se puede hacer presencial, pero cuando no es así la tecnología es una herramienta valiosísima para ponernos todas en la misma clave y mirar en la misma dirección.
Siempre he visto a mis padres rezar y yo misma, desde bien temprano descubrí en estos momentos una fuente de paz y una inyección de energía para sacar la mejor versión de mí misma cada día. La fuerza de la oración es algo real. Muchos lo sabemos, pero hoy pienso de manera especial en las madres que rezan. En el Día del Domund quiero poner el acento en mi principal misión, la familia. @amparolatre