A pesar del título, no voy a hablar de coches.
Aunque sí de una puesta a punto.
Estos días ha llegado a mis manos información de un curso -uno de tantos que comienzan por estas fechas- dirigido a matrimonios, que quieren pararse a pensar sobre su vocación, no la profesional, sino la matrimonial.
Dicen los aficionados a seguir las cifras que es a la vuelta de las vacaciones cuando se disparan las cifras de rupturas y separaciones. Y no me extraña. En verano es cuando más tiempo pasamos juntos y por tanto, cuando más discusiones se generan. Después de meses dándonos el relevo con las urgencias que se presentan en “la empresita familiar” (como dice una amiga). Entrando uno, cuando el otro sale de casa y limitando las conversaciones a lograr el ansiado encaje de bolillos entre los horarios de los adultos y el de los niños, de repente pasamos el día entero mirándonos y escuchándonos.
Sabía que existían estos cursos; de hecho he asistido a alguno, pero la terminología me ha hecho gracia. Nada de citas bíblicas. Los organizadores en este caso han recurrido a algo tan mundano como “hacer la ITV”. Y me parece acertado.
En el trabajo se nos exige una actualización constante y por lo que respecta a la educación de nuestros hijos, no se nos caen los anillos por pagar una canguro para asistir a una escuela de padres. Sin embargo, no se nos ocurre pensar que nuestra principal vocación, aquella que garantizará que todo lo demás fluya -la vocación al matrimonio- también requiere ser revisada. Puede tener goteras, puede enfermar o puede debilitarse. Puede también que esté sana, pero que deseemos dedicarnos un tiempo, como cuando nos regalamos un masaje, aunque no nos duela la espalda.
Como dice mi amiga, “por qué estar regular, cuando podemos estar mejor”.
Para los que tenemos hijos pequeños este mes es de locos. Estamos en plena vorágine. Terminando de preparar el material escolar, de forrar los libros, de cuadrar las actividades extraescolares. Solo con atender lo urgente ya se nos agota la energía diaria y a menudo no dedicamos ni tiempo ni vitalidad en pararnos a observar a la persona con la que hemos decidido compartir la vida. Como mucho miramos juntos a la misma pantalla mientras entrelazamos los dedos.
Sin embargo, en unos años los niños harán su vida y si no hemos cuidado la comunicación, si no recordamos los porqués de la decisión que tomamos hace años, si no logramos seguir emocionándonos el uno al otro, más pronto o más tarde terminaremos perdiéndonos la pista el uno al otro.
Para hacer una “itv matrimonial”, sin embargo, no está preparado todo el mundo. Requiere humildad, capacidad para aceptar que no somos autosuficientes y que a veces queriendo hacer las cosas bien metemos la pata hasta el fondo. A ser buen esposo, igual que a ser buen padre también se aprende.
Por eso, cuando parece que las familias tenemos el foco puesto en la mochila de los niños, en “El Lio Madre” quiero invitar a que las parejas no nos olvidemos de cuidarnos un poco. El matrimonio es una realidad frágil y delicada que requiere que le prestemos atención. @amparolatre