Ir de salmón por la vida puede ser agotador.
Es algo que como madre asumo porque tengo claro que quiero hacer las cosas a mi manera, sin tener que seguir ninguna moda que no sea compatible con mis valores.
Sin embargo, a medida que mis hijos crecen me doy cuenta de lo complicado que resulta para ellos. Y me pregunto hasta qué punto puedo pedirles semejante heroicidad sin darles antes las herramientas necesarias para la lucha. Porque a diario y en un montón de situaciones lo que alimentamos desde casa se da de bruces con lo que predomina en su grupo de iguales y eso supone para ellos un dilema continuo.
En esta circunstancia -que seguro que no os resulta desconocida- qué necesario es que tengan espacios donde se encuentren con otros chicos y chicas de su edad con aspiraciones similares en el fondo de su corazón y que en el día a día se enfrentan a las mismas dificultades para ser fieles a sí mismos. Todo un reto cuando hablamos de adolescentes.
Tan importante es que convivan con personas diferentes a todos los niveles, como que se hagan fuertes para defender su propia identidad en entornos más pequeños.
Actualmente es políticamente correcto hablar de grupos diversos de integración, de pertenecer a un grupo de amigos con visiones diferentes de la vida. Pero a los 13 ó 14 años, corres el riesgo de ser arrollado cuando estas en minoría. Por eso como en tantos asuntos la virtud la encuentro en el equilibro entre ofrecer a mis hijos la posibilidad de abrirse a la diferencia y también la de pertenecer a lo que yo llamo “grupos fuerza”, que en cierto sentido son una pequeña burbuja, pero que les sirve para sentirse a gusto, cómodos, relajados; más despegados de sus padres, pero en continuidad con lo que viven en casa.
Los que me seguís sabéis que en Semana Santa nos fuimos de misiones con otras familias. Una experiencia que salió redonda y de la que han surgido amistades que espero que mis hijos sepan cultivar.
A veces se nos olvida cómo éramos a los 14 años. Yo -que ahora me considero una persona bastante segura- habría sido incapaz de toserle a nadie de mi clase. Por eso, del mismo modo que pienso que hay que exigirles más responsabilidades en casa, creo que es fundamental ofrecerles acompañamiento y herramientas cuando les pedimos que sepan decir “no”, que se desmarquen de lo que no les conviene o que se expongan ante el resto de amigos diciendo lo que verdaderamente opinan.
Yo siempre he tenido vocación de “salmoncilla”, pero para no dejar de serlo nunca hay que saber cómo alimentar el espíritu y buscar apoyo en amigos de verdad. @amparolatre