Después de un par de meses con ella entre manos cada minuto que tengo libre, nuestra relación ha terminado.
Y me cuesta, porque ha sido una novela larga, con un pedazo de historia que he ido leyendo muy poco a poco. Por eso, voy a dejar pasar un par de días de «duelo» antes de empezar otra nueva. Es algo que me gusta hacer siempre. Como una especie de rutina de lectura.

Los personajes siguen en mi cabeza. Sigo pensando en Hugo, Bernat, Caterina, Mercé, sus éxitos y sus fracasos; los viñedos, las murallas y la judería. Poco a poco el recuerdo se irá enfriando. Será el momento de coger otra historia y meterme de lleno en ella.
«Mamá, es que podrías pasarte el día leyendo». Pues sí, para mí es un gran placer. Viajo a otras épocas, aprendo, me ayuda a relajarme y a evadirme de mis preocupaciones. En verano disfruto de ello de manera especial.
Un momento que suelo cuidar es ese en el que acabo una novela. Lo hago inconscientemente, no lo puedo evitar. Me gusta llegar a él con cierta intimidad, más o menos en silencio. Esto en una casa con tres niños no siempre es posible, pero lo intento y suelo lograrlo, por ejemplo a última hora del día.
Mi hijo mayor, al que le hemos pedido que haga fotos del verano, me ha pillado in fraganti completamente abstraída con «Los herederos de la tierra», de Ildefonso Falcones, que ha sido el libro que me ha acompañado parte de este curso. Pasamos página, pero el verano continúa. Vamos ahora con uno de Isabel Allende. @amparolatre