Playa, montaña, campamentos, días con los abuelos, margen para ver más tele y acostarse a otras horas, tardes eternas de piscina y juegos con amigos…
Todo eso es sinónimo de verano, pero no para todos. Hay niños para quienes el verano significa tener que alejarse de su madre no un día ni dos, sino un mes entero. Lo ha dictado un juez y lo mejor es cumplir sin rechistar. A pesar de las heridas que queden en esos pequeños, que no pueden hablar por teléfono con sus madres y hermanos siempre que necesitan, que no siempre pueden decir lo que piensan y que no pueden permitirse el lujo de portarse regular porque se juegan un castigo desproporcionado.
Hay parejas que han sabido poner cabeza y dejar reproches a un lado, después de una ruptura, para que los niños sufran lo menos posible. Conozco más de una y más de dos. Y es una gozada ver cómo después del dolor que siempre conlleva una separación, los adultos son capaces de llevar una buena relación. Es un tipo de generosidad del que no se habla mucho pero que ahí está, cambiando el mundo.
Pero este pequeño milagro cotidiano no se da siempre. Desgraciadamente. Y para los que conocemos parte de la historia es duro asistir de cerca a tanto sufrimiento y quedarte de brazos cruzados.
Pero no queda otra. Deben ser los principales implicados los que muevan ficha. Además no todos los problemas se resuelven chasqueando los dedos. Al resto nos queda la difícil tarea de no meter más cizaña y mantener el brazo tendido por si hay algún momento en el que sí hay algo que podamos hacer.
El verano es sinónimo de muchas cosas y quiero estar atenta a todas. @amparolatre