Cuenta el refrán que se dice el pecado pero no el pecador. Y eso voy a hacer.
Bajamos del autobús y la mochila del colegio se quedó ahí olvidada en el asiento. El autobús siguió su ruta, mientras nosotros caminábamos hacia casa tan contentos.
Tan contentos hasta que nos dimos cuenta del despiste, que no es el primero, porque cuando tenemos casi toda nuestra atención en cosas secundarias, descuidamos lo importante, claro.
Son cosas normales y lógicas a cierta edad, pero que a una madre -es decir a una servidora- en medio del trajín de la semana pueden sacarle de sus casillas.
Y fue en ese instante cuando le dije de golpe todo lo que llevaba callándome desde que habíamos salido del colegio. Porque la tarde prometía. Fue la mochila pero habría sido cualquier otra cosa.
Para evitar tener que ir al día siguiente a la otra punta de Madrid a la oficina de objetos perdidos, decidí quedarme una hora en nuestra parada hasta volver a coincidir con nuestro conductor y recuperar así la mochila, con los libros, el abono transporte, el estuche…
Afortunadamente “el pecador” asumió desde el primer momento su error y pidió disculpas y yo, después de soltar unas cuantas voces (según el ideal de la maternidad es algo que está fatal, pero según mi modesta opinión gritar es algo, que es muy importante poder hacer en determinados momentos, para evitar llegar a la úlcera) recuperé la calma.
Cuando por fin llegamos a casa y cada uno se centró en “sus cosas” me fui directa a abrazar a “mi benjamina” que siempre se come con patatas estas discusiones enormes con sus hermanos, mientras ella espera paciente, con los ojos abiertos como platos, a que pase el chaparrón.
La abracé y le dije que sentía haberme enfadado mucho. Ella también me abrazó y soltó una de sus perlas:
- “Mientras tú estabas con tus grititos yo le pedía a Jesús en voz baja que todo terminara bien”.
Lo de “tus grititos” me llegó al alma. También ser consciente, una vez más, de toda la sabiduría que encierra un cuerpo tan menudo. @amparolatre