Mi marido y yo somos muy melómanos. Nos chifla la música. A los dos de manera diferente y sin hacer ascos a nada. Música coral, bandas sonoras, instrumental, copla, pop, indie, jazz… todo.
Por eso cuando a última hora del día y a los dos nos gustaría percibir cierto silencio, Irene canta infinitas veces canciones de Malú, mientras Ángel se encierra en su habitación a cantar a Pablo López o a Beyoncé, nos tenemos que callar, porque estamos recogiendo lo que hemos sembrado. Ni más ni menos.
He llegado a soñar que estoy en silencio. Me resulta tan reparador… Pero sé que no siempre puedo aspirar a ello. Por otra parte, bendita música, como dice la canción de Joan Manuel Serrat. Escucharles cantar es una alegría y en el fondo sé, que igual que me sucedía a mí a su edad, también ellos están descubriendo en letras, ritmos y melodías, una manera de expresar sus emociones, sus sueños o sus miedos. Porque nada como la música para dar cauce a la sensibilidad.
Una de las alegrías del curso nos la ha dado Ángel con su reincorporación al coro del colegio. Después de un par de años disfrutando muchísimo de la música coral, de la noche a la mañana dejó de ir a los ensayos. Una decisión que tiene una historia, aunque desconozco los detalles. Después de un verano de desconexión, varias películas sobre el tema (“La familia Belier” y “El coro”) con el correspondiente cine-fórum familiar y una autoestima un poquito más trabajada, él solo ha decidido volver. Y yo que soy su madre y tengo una intuición que no suele fallar, creo que el buen momento que atraviesa a nivel personal, se debe en parte a la música.
Ayer, cuando Irene comenzó a cantar “Abril”, de María Parrado, por quinta vez, la mandé callar y esta mañana le he pedido a Ángel que cerrara la puerta de su habitación mientras voceaba a todo volumen una de sus canciones favoritas.
Con el portazo me he dado cuenta de que hoy, la que estaba pasada de rosca era yo. Qué importante es no llegar a recogerlos al colegio al límite de las fuerzas, ni comenzar el fin de semana con la cabeza repleta de preocupaciones. Menos mal que en momentos así la música es todo un recurso para cargar pilas, desbloquear situaciones o abrir puertas. En situaciones así, dejarte llevar por lo que ellos cantan es la mejor salida. Así que me he desmelenado:
“Es el momento de salir y respirar
Es el momento de cantarle a todo lo que ves
Es el momento de saltar para caer de pie
Rompe con la puerta y grita
Fuerte que se entere el mundo
éste es el mejor momento”.
(Pablo López)
Espero que no dejen jamás de cantar, ni de bailar. Como dice la canción, “es el momento” de que el gusanillo se les meta en el cuerpo de por vida. Más adelante descubrirán lo mucho que la música puede aportarles. Cuántas veces su padre y yo decimos, “venga, terapia musical” y buscamos esas canciones nuevas u olvidadas que nos hacen sentir justo lo que necesitamos en ese preciso instante. Una manera de cultivar esta afición es llevarles a conciertos que sean aptos para todos los públicos, como es el caso de los de Pablo López. Disfrutando de su espectáculo estuvimos el viernes pasado. Estupendo. ¡Gracias Pablo! @amparolatre