Hay días en los que todo sale rodado y otros en los que no sabes por qué, pero no logras acertar.
Esos días duelen, porque tú te esfuerzas para que todo vaya bien, pero no ves los frutos. Haces, deshaces, dices y también callas, pero nada. El día está torcido y ya está. Cuando esto sucede en casa, tengo la impresión de que la marejada, venga de donde venga, siempre va a pillarme en medio y creo que es una sensación que tenemos muchas madres.
Si algo tienen de bueno estas jornadas tan largas es que tengo la impresión de que mis hijos terminan dándose cuenta de lo mucho que me esfuerzo. Pensar que nunca podemos dejar de sembrar, aunque no sepamos cuándo vamos a poder ver los frutos me ayuda a “seguir en la brecha”. Dar la batalla por vencida en mi caso, nunca es una opción.
La convivencia en las familias grandes tiene mucho de milagro. Ya de por sí complicada, si además se cruza la adolescencia o hay dosis extra de cansancio, trabajo o preocupaciones, más nos vale encender alguna que otra velita. Y mientras nos sentimos fuertes de nuevo o nos llega la inspiración para solucionar un problema, está permitido llorar. Yo a veces lo necesito, no me avergüenza decirlo. Necesito echar fuera la tensión acumulada, tocar fondo para coger impulso y volver al tajo con energías renovadas. Hoy ha sido un día complicado, pero mañana saldrá el sol. Estoy segura. @amparolatre