En los próximos diez días tengo seis cumpleaños. Y en los últimos dos días he mantenido conversaciones tanto con padres de cumpleañeros, como con aquellos que están invitados a la fiesta y en ambos lados de la historia he percibido “malestar-cansancio”.
Lo cierto es que en mi caso, toda esta vida social, este final de curso, me viene un poco cuesta arriba. No solo por el cansancio (ayer me metí en la cama antes de las diez), sino porque para la ocasión hemos tenido que desactivar el “modo familia”, para activar el “modo gestión empresarial”. Y eso implica que mi marido y yo nos vamos pasando el testigo y entre idas y venidas, apenas tenemos tiempo de mirarnos a los ojos.
Dicho esto, también es verdad que intento verlo con serenidad. Entiendo que son solo unos días y en concreto una etapa en la vida de mis hijos, que dentro de nada pasará y que el hecho de que se junten tantas convocatorias en ocasiones es casual e inevitable.
En cualquier caso creo que deberíamos tener más libertad para decidir cuándo ir y cuándo no. En mi caso, al menos, no llevo una lista de aquellos niños que invitan a mis hijos y aquellos que no, ni de cuánto dinero me he gastado en los regalos. Es lo que me faltaba. Bastantes listas tengo ya.
Soy consciente de que la ilusión es la misma en el caso de mis hijos y en el de sus amigos y que por tanto hay que hacer un esfuerzo para que todos tengan un “día especial”. Pero tengo mis limitaciones, físicas, de tiempo y económicas también (aunque esto a más de uno le de vergüenza mencionarlo) y si en algún momento no participamos en la fiesta (aunque no solemos perdernos una), no es con ánimo de ofender ni menospreciar a nadie, simplemente hemos llegado a nuestro límite. Por supuesto, del mismo modo que pido que nadie se lo tome como algo personal, jamás me ofenderé si alguna de las personas decide no venir a la nuestra, sea por la razón que sea.
Creo que en el complejo mundo de la vida social de los niños, los adultos podemos encontrar desahogo y también relax para nosotros, pero cuando no hay libertad para decidir y no somos transparentes quedamos atrapados en una maraña de intereses de la que es complicado salir. Complicado, pero no imposible. Seamos honestos con nosotros mismos y con los niños, pongamos verdad sobre la mesa y vayamos de frente. Con esta actitud es más fácil que los demás entiendan, incluso que compartan los motivos de nuestras decisiones. Por lo que respecta a los niños, ellos entienden un “no” mejor de lo que puede parecer. @amparolatre