Cuando los niños van porque quieren y sin que nadie les presione, los campamentos son una experiencia fantástica. Lo eran cuando yo era pequeña y lo siguen siendo ahora.
A pesar de todos los cambios que ha habido entre una época y otra, hay cosas que serán idénticas por los siglos de los siglos.
Mi mediana llegó ayer de un mini campamento de 5 días con algunos compañeros del colegio. Llegó con los labios cortadísimos y el pelo resucio, pero su abrazo al llegar me supo a gloria.
Irene, que tiene 11 años, llegó feliz como una perdiz y un pelín revuelta a nivel existencial. En la primera entrega de anécdotas y sensaciones me recordó a mí misma, que a su edad ya era adicta a lo que entonces llamábamos “colonias de verano”.
Siempre llegaba con una lista eterna de direcciones y números de teléfono y lo primero que hacía, una vez vaciaba la maleta, era llevar a revelar el carrete de fotos. Qué tiempos.
El resto del verano estaba marcado por las cartas que enviaba y que recibía y por alguna llamada, muy de vez en cuando, que nuestros padres nos dejaban hacer a los nuevos amigos. En este sentido nada que ver con lo que sucede ahora.
Pero como decía, la esencia es la misma. Sentir la libertad y la autonomía que experimentas al estar fuera de casa y darte cuenta de que puedes con la soledad en medio de la noche, con la alergia, con la ducha, la ropa y la litera… no tiene precio.
Si además te ponen en bandeja ver atardecer en plena naturaleza, jugar hasta no poder más y fuegos de campamento alrededor de una hoguera, la cosa no puede ser sino emocionante.
Además de los juegos, las marchas y las gymkanas hay campamentos que prestan atención a la parte espiritual y consiguen que niños de todas las edades, en plena naturaleza buceen en su interior. En mi caso, fue en estas experiencias estivales donde más tiempo dediqué a pensar en torno a grandes preguntas como la vocación, donde me fijé en gente joven entregada y llena de valores que a mí me parecía especial porque encarnaban un estilo de vida que me atraía como un imán. Anoche me hizo gracia escuchar a mi mediana hablar de todo esto. Cosas concretas me ha contado pocas, pero ha descrito a la perfección las sensaciones que ha tenido estos días. Intensas e idénticas a las que yo vivía a su edad.
Hoy me siento agradecida a todas las personas que han hecho posible este campamento, detrás del cual está la familia Spínola, que pone el acento en formar el corazón. En medio de tanto ruido y del “no parar” ante el que intento rebelarme cada día , estos campamentos muestran año tras año que constituyen un contexto privilegiado para educar a niños y jóvenes.
Han pasado muchos años -ya no soy tan joven- de mis colonias en Benasal, Lucena o Segorbe, pero escuchar a mi hija me ha recordado a monitores como José Miguel o María José, que en aquellos años se convirtieron en auténticos referentes en mi vida. La vida sigue y la historia, afortunadamente se repite. En este caso creo que es una buena señal. @amparolatre