Cuando los padres llevamos a nuestros hijos al teatro lo hacemos porque sabemos que es una apuesta segura. Pero esta mañana, mientras asistía con mi hija pequeña a una obra sencilla, me he dado cuenta de que puede no serlo tanto.
No habían pasado ni cinco minutos del inicio de la historia, cuando media docena de padres, que estaban al final de la sala, conectados y desconectados al mismo tiempo, han tenido que salir al rescate de sus hijos que, sentados en las primeras filas, han empezado a berrear desconsolados. Y de los que no lloraban, unos cuantos buscaban con la mirada a sus madres o les pedían que les cogieran de la mano.
Y yo me pregunto ¿lo habrán hecho a propósito? ¿se trata de una compañía a la que le gusta el riesgo? ¿falta de experiencia?
Cualquier persona con cierto recorrido tratando con niños sabe que a los niños pequeños (menores de cinco años) las brujas no les gustan ni un pelo. Y las fobias, si hablamos de teatro se acentúan. No tiene el mismo impacto verlas en televisión, que encima del escenario, a un palmo de distancia.
Sara ha aguantado el tirón hasta el aplauso final, pero me miraba con cara de pocos amigos. Cuando volvíamos a casa le he preguntado, “¿qué es lo que más te ha gustado?”, por aquello de plantear la cuestión en positivo. Pero ella ha sido tajante, “la bruja no me ha gustado y la princesa tampoco”.
Es raro que a una niña de esta edad no le guste una princesa, pero claro es que ésta era una princesa guerrera, con un sable inmenso, que no ha sonreído ni una vez.
El teatro tiene mucho tirón entre los más pequeños y he comprobado que no hacen falta grandes montajes para ganarse al público menudo, pero cuando se experimenta con lo básico puede salirte el tiro por la culata. A pesar de todo, ir al teatro merece la pena. @amparolatre