Una de las cosas que más envidio de los niños es su situación privilegiada para estar permanentemente aprendiendo.
Y esto es algo que en verano se hace más evidente. Nosotros cada año nos organizamos de una manera, atendiendo a la situación de la familia e intentando responder de la mejor manera posible a lo que pensamos que es mejor para cada uno de nuestros hijos.
Hoy escribo desde casa de los abuelos. He venido a por Irene, que llevaba aquí quince días y a dejar a Ángel que ha estado todo este tiempo en Madrid «de hijo único». Sara, la peque, pasará en la playa el mes entero. No tiene precisamente una salud de hierro y queremos que tenga dosis extra de sol. En estas dos semanas Sara ha cogido algo de peso y un colorcillo estupendo. Está guapísima, pero es que además ha aprendido a bucear, y a tirarse a la piscina. Por no hablar del acento valenciano que ha asimilado rápidamente.

Irene ha pasado de depender de su abuela para todo, a tener su propia pandilla, un grupo de niñas con las que se pasa el día bailando, bien dentro, bien fuera del agua. Me alegro muchísimo por ella, porque creo que si algo marca la diferencia de unas vacaciones a su edad es el hecho de tener un grupo de amigos de distintas edades y estar en un lugar en el que te puedas mover con cierta libertad, sin tener que estar siempre con los mayores.
A Ángel en Madrid le echaremos de menos. Hemos visto unas cuantas películas de mayores con él («Cuarta planta», «La familia Belier» y en el cine «Un espía y medio»…) y hablando hablando hemos descubierto, por ejemplo, que la Pedagogía le parece muy interesante. Está bien saberlo. Y que aprender a cocinar cosas sencillas (crema de verduras, tortilla, pasta…) le hace sentir bien.
Está claro que todos tienen vocación de hijos únicos y que agradecen disfrutar de padres y abuelos en exclusividad. No solo es que lo agradezcan, es que creo sinceramente que les viene bien. Durante el curso, por cuestiones prácticas en casa intentamos unificar horarios, menús y tareas. A mí me entra la risa cada vez que oigo hablar de atención personalizada en colegios y universidades. Si no es posible hacerlo en la familia, ¿cómo se va a hacer en una clase con veintitantos? No se me ocurre pedirla tampoco. Sé que es un imposible; o mejor dicho, un ideal que está bien tener en el horizonte para saber hacia dónde queremos caminar.
Bajar el nivel de actividad en casa (como siempre gracias a los abuelos), nos permite también a los mayores, la posibilidad de ponernos al día con cosas a las que habitualmente no podemos dedicar tiempo. Y es que aprender siempre es un placer, también pasados los cuarenta. @amparolatre