Me pregunta una vecina que qué tal llevo la adolescencia.
«Río o lloro», pienso. Esta pregunta solo la puede hacer una persona que no ha llegado todavía a esta etapa. Qué queréis que os diga. Es duro. Emocionante, enternecedor, pero duro.

Una prueba en toda regla, no solo para el o los principales afectados, sino para toda la familia, que parece que hace aguas por todas partes.
Ahora más que nunca te das cuenta de lo poco que hay en tus manos y de lo complicado que es mostrar el camino, si el otro decide utilizar su libertad para equivocarse una y otra vez. «Nos pasa, a veces a los adultos, así que cómo no le va a pasar a un chaval de trece años», me digo a mí misma.
Cómo vamos a convencer a un «niño grande» de que se deje ayudar cuando los adultos que estamos a su alrededor no siempre lo logramos. Ahora más que nunca es importante dar ejemplo de aquello que les exigimos.
En fin, en cualquier caso, la actitud debe ser la de sembrar. Sin parar, a todas horas. La de esforzarse a tope, la de amar y servir. No porque vaya a dar el resultado que esperamos -eso solo lo sabremos con el tiempo-, sino porque es lo que da sentido a la vida. @amparolatre