En casa, cada verano nos organizamos de un modo diferente, pero hay fórmulas que repetimos año tras año.
Una de ellas es, con la ayuda inestimable de los abuelos, quedarnos unos días a solas con cada uno de nuestros hijos. Durante el mes de julio, mi marido y yo trabajamos, pero por las tardes intentamos prestar una atención especial a cada uno de ellos, hacer algo que habitualmente no hacemos y que responda a sus intereses -aunque sea ver una peli en casa- y sobre todo relajarnos.
Tener hermanos es el mejor regalo que se le puede hacer a un hijo, pero en las familias numerosas surgen muchas tensiones y envidias; algo que no es bueno en absoluto.
Además, mi impresión es que los padres no podemos explicar cada decisión, ni intervenir en cada discusión. Y esto en demasiadas ocasiones genera en los hijos la impresión de no ser escuchado o de haber sido tratado injustamente. Dos sensaciones que no hacen otra cosa que agrandar más y más la pelota de las rencillas y las envidias.
A determinadas edades es inútil pretender que sean conscientes de la suerte que tienen y de lo atendidos que están realmente. Esto es algo que solo se logra con madurez y con algo de perspectiva.
Por eso el objetivo de estos “días de hijos únicos” es poder ganar algo de paz interior. Porque con el corazón tranquilo todo se ve de otro modo. @amparolatre