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El consejo para ser invencible, del santo Francisco Coll

SAINT FRANCISCO COLL
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Patricia Navas - publicado el 01/04/25
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En su consejo, san Francisco Coll dice que se trata de centrar tu atención en un pensamiento con el que nada ni nadie logrará derrumbarte

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Cuando palpas el fracaso o te atacan violentamente, en momentos críticos (de vida o muerte tal vez) algo puede ayudarte a vencer. El santo predicador Francisco Coll lo explica en su libro Escala del cielo.

“No lo olvidéis, pues, jamás, si queréis que nada os venza ni contriste en las adversidades de esta vida”, aconseja.

Lo que te hace invencible es mirar al cielo, poner la atención en la felicidad eterna prometida por Jesús, asegura el dominico catalán:

“Sucedaos lo que quiera, no perdáis nunca de vista la gloria que debe ser algún día vuestro premio. En medio de vuestros dolores, de vuestras enfermedades, de vuestras aflicciones, de vuestras tentaciones y penas, pensad con qué ventaja os veréis libres de todas estas calamidades en la mansión de la bienaventuranza”.

San Francisco Coll invita a consolarse y fortalecerse con la promesa de que “por un poco de padecer, se nos dará una eterna gloria”.

Mira al cielo

Este sacerdote del siglo XIX destaca cómo este pensamiento ha mantenido fieles a tantas personas a lo largo de la historia.

Y pone el ejemplo bíblico de la madre de los Macabeos que animó a sus hijos en el momento de su martirio con este consejo:

"Te pido, hijo, que mires al cielo: allí encontrarás todo cuanto pueda alentarte y sostenerte. Yo te llevé en mi seno, no para la tierra, sino para la mansión celestial. Mira a la gloria para la cual te eché al mundo: allí encontrarás, por una vida transitoria y corruptible que se te quita, otra vida incorruptible e inmortal: allí, por unos pocos bienes terrenos y perecederos que se te arrebatan, encontrarás tesoros inestimables, dignidades, tronos, deleites capaces de llenar todos tus deseos, y de hacerte eternamente dichoso".

Volar

El santo pone unas palabras de ánimo parecidas en boca de Jesucristo:

“Hijos míos, demasiado tiempo os habéis arrastrado por la tierra, para la cual no habéis sido creados, y os habéis aficionado a ese triste destierro a que estáis condenados; demasiado tiempo habéis vivido apegados a ese despreciable mundo que debéis abandonar muy en breve.

Tomad por fin alas de paloma para volar al monte santo, y no penséis más que en la sólida felicidad que allí os está preparada.

Acordaos que allí todas las tristezas y maldiciones de esta vida se deben convertir en un gozo que no acabará jamás: que aquella es vuestra verdadera patria adquirida por mí a costa de mi sangre, de suerte que no os debéis considerar de aquí en adelante en esta vida miserable sino como unos extraños, unos pasajeros, unos peregrinos.

No lo olvidéis, pues, jamás, si queréis que nada os venza ni contriste en las adversidades de esta vida”.

“Subamos”

Esperar la “infinidad de gloria y felicidad” después de esta vida ha hecho santas a muchísimas personas, escribe san Francisco Coll.

“Digámonos lo que se dijeron los israelitas a la vista de la tierra prometida”, invita, es decir: subamos y poseamos ese país donde veremos manar leche y miel.

“Ese debe ser vuestro lenguaje, cristianos -propone- y esos son los sentimientos de confianza y valor de que debéis estar animados, al considerar el hermoso cielo que se abre delante de vosotros”.

Sobre esa gloria esperada, san Francisco Coll señala que “es un estado perfecto en que se juntan todos los bienes”.

Y añade:

“Es la patria de las almas puras, la tierra de promisión de los fieles, el puerto de seguridad de los cristianos, el lugar de refugio de los hijos de Dios, la casa de bendición, el reino de todos los siglos, el paraíso de todos los deleites, el jardín de flores eternas, la plaza de todos los bienes, la corona de todos los justos y fin de todos nuestros deseos”.

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