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La depresión no es una tristeza pasajera. Es una enfermedad que te quita la esperanza, te encierra en la oscuridad y hace que hasta las actividades más sencillas supongan un enorme esfuerzo. El problema añadido es que muchas personas se identifican con su depresión. La enfermedad se convierte en la base de su identidad. Aquí te mostramos la manera correcta de ayudar.
¿Por qué evitar las etiquetas?

En 2024 se publicó un importante artículo científico sobre adolescentes y adultos jóvenes con problemas de salud mental. En él se descubría que adoptar una etiqueta como "soy autista" o "tengo depresión" no hace sino agravar el problema.
Una persona que solo piensa en sí misma en términos de su enfermedad puede dejar de creer que tiene algo que decir en su vida. Aunque en general se beneficia de la farmacoterapia, suele renunciar a la psicoterapia y a otras formas de apoyo (como la actividad física y los cambios en la dieta) que, como demuestran cada vez más estudios, son cruciales para superar la depresión.
Por lo tanto, en lugar de tranquilizar al paciente diciéndole que la depresión forma parte intrínseca de su identidad, conviene comunicarle una perspectiva diferente. Las palabras: "Tiene dificultades, pero juntos buscaremos una solución" no le encierran en un patrón, sino que abren un espacio para el cambio. Este enfoque ofrece esperanza y nos recuerda que la depresión no define a una persona: es solo una etapa difícil de la vida.

Conversación que da esperanza: ¿cómo hablar para ser verdaderamente solidario?
Una situación especialmente difícil es cuando la persona que experimenta síntomas de depresión es un adolescente. Incluso cuando tenemos un hijo sano y que funciona perfectamente, en las conversaciones con él podemos sentirnos como si estuviéramos hablando con una pared. Preguntamos: "¿Qué tal el colegio?" y la respuesta es "Bien". Preguntamos: "¿Qué ha pasado?" y el niño responde: "Nada". Esta forma de comunicación es especialmente frecuente en los adolescentes que sufren trastornos depresivos. Por eso compartimos algunos consejos para mejorar la comunicación.
Es fundamental comprender que la depresión cambia la forma de percibir la realidad. A veces el paciente no dice mucho porque no tiene fuerzas, otras porque siente que, de todos modos, nadie le va a entender. Por lo tanto, vale la pena apostar por una comunicación que no fuerce respuestas largas, sino que demuestre que la otra persona está dispuesta a escuchar.
Aquí ayuda la escucha reflexiva, es decir, parafrasear lo que dice el interlocutor. Si, por ejemplo, un adolescente lanza enfadado "Odio cuando me hablas, siempre eres tan mandona y lo sabes todo. Es como si no te fijaras en mí". El padre puede responder: "Entiendo que te sientas molesto porque sientes que no te escucho".
Sin embargo, no siempre es necesario buscar respuestas. A veces, la mayor ayuda es simplemente estar presente. Cuando el enfermo no quiere hablar, basta con decirle: "Estoy aquí para ti", o simplemente estar a su lado, sin presionar, sin juzgar, sin esperar
Palabras que apoyan

En una ocasión, Amelia, una niña de trece años que había sufrido ella misma una depresión, escribió un sabio artículo en su (ya desaparecido blog "ángeles de porcelana") sobre lo que una persona con depresión necesita oír. Estas son algunas frases clave:
- Estoy a tu lado. No te abandonaré.
- Eres importante para mí.
- Veo que lo estás pasando mal.
- Si quieres hablar, aquí estoy.
- ¿Cómo puedo ayudarte?
- No hay nada malo en pedir ayuda.
- No es culpa tuya.
- No estás sola.
- Estaré a tu lado, aunque te vaya mal.
Pequeños pasos, grandes cambios: ¿cómo se puede ayudar de forma realista a una persona con un trastorno depresivo?
Por lo general, una persona deprimida abandona las actividades que antes la hacían feliz. El mundo se hace cada vez más pequeño: primero desaparecen las ganas de quedar con los amigos, luego se descuidan los pequeños rituales cotidianos, hasta que finalmente la única realidad sigue siendo la cama y la pantalla del smartphone. Este mecanismo puede compararse con el embudo de la depresión: cuanto más se hunde el paciente en él, más difícil le resulta salir.

