La superficie del Evangelio no siempre es permeable. Pero cuando nos dejamos ser alcanzados por la Palabra inspirada de Dios, la palabra se hace luz que nos traspasa el escudo de la piel. Dejamos de interrogar el libro para sentirnos, finalmente, interrogados por él.
En todo, hay una especie de pregunta existencial subyacente. Uno se acerca al Evangelio con la cuestión: “¿Quién es Jesús?”, y el Evangelio responde: “¿Quién eres tú?”
El desarrollo de la vida teológica no va de respuesta en respuesta, sino de pregunta en pregunta. La vida de Jesús de Nazaret nos pone en presencia de una libertad absoluta, que nos interpela y nos pregunta: “¿Cuándo vas a empezar a vivir?”
Jesús es un libertador en la medida en la que nos aceptamos como somos, y renunciamos a nuestra propia voluntad.
"Entonces dijo Jesús a sus discípulos: 'Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por causa de mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?'"
El encuentro con Jesús resucitado
La plenitud del Evangelio es el encuentro con Jesús resucitado. Jesús guarda en su Sagrado Corazón todas las respuestas y todas las preguntas, toda la esperanza y toda la paz. Del encuentro con Jesús vivo nace la obediencia al espíritu de Dios, identificado por la gracia con nuestro espíritu. Jesús es el fundamento de nuestro ser en el encuentro con los hermanos y las hermanas. Jesús llama al hombre y a la mujer a una libertad y a un amor sin límites que no se mueve por la identidad limitada, si no por la identificación con Él, traspasada por la Cruz (“tome su cruz y sígame”, Mt 16,24).
Estar en la vida es tener un destino que es Cristo, Dios o el amor. Porque Dios es amor (1 Jn 4,7). Nuestra libertad como hijos de Dios y hermanos de Jesús es la posibilidad de elegir. Por un lado, podemos decidir existir dentro de una identidad limitada que niega la totalidad de la realidad, y se ajusta a un sistema de gratificación social colectivo. O podemos responder con nuestra verdad. Nuestra autenticidad, aunque pobre, comparte con el resto de la humanidad un valor fundamental: la existencia. Existir realmente es saber que pertenecemos a Dios y a su amor todo-abarcante. Es experimentar la verdad de ser hijos de Dios como nuestra fuerza motriz, personal y humana.
Jesús llama a la libertad. Tomando como ejemplo a san Pablo Apóstol, que se sorprendió a sí mismo respondiendo con una “vida nueva” a esta llamada de libertad: dejémonos ser caridad (amor desinteresado) y humildad (vivir en la raíz de las cosas, ser humus, como tierra fértil).
"'Todo es lícito', más no todo es conveniente. 'Todo es lícito', más no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás". ( 1 Cor 10,23-24).
Volver a la humildad del Evangelio es hundir nuestras propias raíces en la fuente de todo sentido y querer seguir bajando. Es buscar el sencillo núcleo de las cosas de tal modo que alcancemos la realización de quiénes somos. Y naturalmente, de quiénes son los demás.
En esencia, el Evangelio (del griego, “buena noticia”) es pasar de la muerte a la vida, y empezar a vivir en la presencia de Dios que es amor, y ama, libertad, y libera. Jesús no nos pide que creamos en Él, ni que hagamos alarde de nuestra religiosidad, es mucho más libre que eso. Nos provoca para que alcancemos la plenitud de vivir como hijos amados de Dios-Padre, como hizo Él, y pongamos confiados nuestras vidas en sus manos.


