Santa Elena es conocida popularmente como la intercesora ante los objetos y causas perdidas, pero, ¿conoces el porqué? La razón es que a ella se le adjudica haber encontrado, trescientos años después, la cruz que Cristo utilizó en el Calvario.
Ella también es famosa por ser la mamá de Constantino, un emperador romano que detuvo la persecución de los cristianos y permitió la práctica de la religión a través del Edicto de Milán.
Una mujer santa
Su nombre era Flavia Julia Elena; sin embargo, se le conoce comúnmente en la Iglesia Católica como Elena de la Cruz o Elena de Constantinopla.
Fue una joven sencilla y de corazón noble. Estuvo casada con el emperador Constancio Cloro, con quien tuvo a su hijo Constantino. Su matrimonio duró poco tiempo, debido a que fue abandonada por el esposo para casarse con Flavia Maximiana Teodora. Ella quedó devastada, pero gracias a esta desgracia, pudo abrirse a conocer el cristianismo.
Cuando su hijo fue nombrado emperador, le dio muchos gustos a su madre porque le tenía un gran cariño. Él la mantenía ya que vivía en su palacio, por lo que ella, con ese dinero, se dedicaba a ayudar a los necesitados.
Buscando el sentido de su fe
Un día, motivada por su creciente fe cristiana, se le vino la idea de buscar el santo sepulcro de Jesús, por lo que fue a la ciudad de Jerusalén a preguntar a sabios judíos sobre su paradero.
La enviaría al monte Calvario, ahí vio el templo de una diosa romana llamada Venus y lo mandó a demoler. No encontró el sepulcro pero sí las tres cruces de los que fueron condenados a la crucifixión: Dimas, Gestas y Jesús.
En el libro de Louis de Wohl, El árbol viviente relata cómo habría sucedido esta escena:
“Desde la profundidad del hoyo llegó un grito prolongado… y después otro… y otro…
-¡Madera! ¡Madera! ¡Madera!
Elena cayó de rodillas; instintivamente, sus damas hicieron lo mismo. El obispo Macario miró adentro del hoyo; su respiración se agitó. Había tantos trabajadores en la excavación que no se podía ver nada. En la multitud se había hecho el silencio; un silencio que flotaba en el aire como una cosa viva. No hacía viento. Incluso los pájaros y los insectos parecían que se habían vuelto mudos. Solo se oían los golpes acompasados de un azadón. El obispo Macario se hincó de rodillas, lanzando una breve y ronca exclamación. Un instante después, todo el mundo estaba arrodillado. Desde el fondo del hoyo fueron surgiendo tres cruces.(...) Elena intentó ponerse en pie, pero no pudo. Entre Macario y Simón la levantaron, tomándola cada uno por un brazo. Las rodillas se le doblaban cuando se adelantó, tambaleándose, hasta el pie de las tres cruces; se puso a sollozar y el cuerpo entero le temblaba. A pesar de su enorme excitación, la mente de Macario trabajaba con admirable claridad. Vio el pergamino en las manos de aquel hombre y reconoció los restos de los caracteres hebreos, griegos y latinos… era el cartel que había mandado a escribir Pilato. Así es que una de aquellas tres cruces tenía que ser la verdadera cruz, ¿pero cuál?”
La identificación de la cruz
Hay varias leyendas respecto a la identificación de la cruz. Una de ellas fue llevar a una mujer enferma a tocar la cruces, y en cuanto tocó la de Jesús, se curó. Otra leyenda cuenta que un hombre muerto fue acercado tocar las cruces, cuando tocó la de Jesús, resucitó. Aunque no se sabe cuál es la verdad, en todas estas leyendas afirman que ocurría un milagro al estar en contacto con la Santa Cruz.
En la actualidad, hay una fracción de esta cruz con el nombre de Lignum Crucis en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, España. Es una de las reliquias más importantes en la historia de la Iglesia Católica.
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