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‘Cuando cae el otoño’: de amores, culpas y maternidades

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José Ángel Barrueco - publicado el 23/01/25
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Filme ambiguo entre el cine negro y el costumbrismo rural

El cineasta francés François Ozon, que tal vez a estas alturas no necesite presentación, navega a contracorriente en su nueva película. Para empezar, está protagonizada por dos elegantes señoras: dos amigas, una de 80 y otra de 74 años, que viven en un pueblo y disfrutan del bosque a un paso de sus domicilios.

Y la primera escena del filme es aún más atípica: el momento en el que la primera de ellas, Michelle (Hélène Vincent), acude a la iglesia para escuchar misa. Dentro, el párroco cuenta el episodio de los evangelios de la unción de los pies de Jesús a cargo de una mujer pecadora. La alusión a María Magdalena y la frase “Por eso mismo, sus numerosos pecados le son perdonados: porque ha sabido dar mucho amor” parece estremecer a la mujer. Mucho más adelante sabremos la razón, aunque aquí no la vamos a desvelar para no soltar un spoiler.

Michelle y su amiga, Marie-Claude (Josiane Balasko), tienen vidas sencillas de mujeres jubiladas y solitarias: arreglar el huerto, cocinar platos variados, hacer recados, leer novelas en el sofá, ir al bosque a buscar setas…

Al poco de empezar la película hay un cambio en la vida de ambas y sus respectivos descendientes. El hijo de Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin), está a punto de salir de la cárcel y su madre teme que vuelva a cometer errores, aunque él asegura que quiere abrir un bar y adaptarse a una vida normal. La hija de Michelle, Valérie (Ludivine Sagnier), regresa de París para dejar a su hijo con su abuela durante unos días de vacaciones. 

Poco antes del encuentro Michelle ha preparado un guiso de setas, recogidas en el bosque junto a su amiga. De ese plato sólo come Valérie y casi muere intoxicada. En el hospital, en proceso de recuperación, acusa a su madre de haberla intentado envenenar.

Su castigo es llevarse al niño para que no pase las vacaciones con ella. Todo el mundo piensa que se trata de un error culinario. De hecho, es algo habitual. Pero a la hija le queda ese resquemor. ¿Fue deliberado o un accidente? Michelle llega a reconocerle a su médico que a veces se le olvidan las cosas, y está preocupada por ello. 

Conjeturas y ambigüedades: solo Dios lo sabe

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A lo largo de la película, entre preparativos de jardín, visitas a la iglesia, comidas en restaurantes y trayectos hasta el hospital para que revisen la salud de su amiga, morirán un par de personajes. Nunca sabemos si en realidad fueron asesinatos, accidentes o suicidios. Y ésta es la grandeza de Ozon como director: igual que hacía Clint Eastwood en su reciente y espléndida Jurado nº 2, aquí la ambigüedad nunca nos deja el terreno claro: será el espectador quien tenga que decidir con qué quedarse, es decir, si hubo asesinatos o muertes accidentales.

Él cineasta afirma que este trabajo hunde sus raíces en Claude Chabrol, quien además adaptaba con habilidad esas novelas de Georges Simenon en las que algo terrible suele ocultarse bajo las capas de lo cotidiano.  

Contaba el director, en una entrevista con Fotogramas, que la idea para la película partió de una comida familiar celebrada cuando él tenía 7 años: todos fueron a comer a casa de una tía abuela y acabaron ingresados en el hospital, y le hizo gracia llegar a pensar si no habría intentado envenenarles.

En otra entrevista (para El Antepenúltimo Mohicano) relataba al respecto de sus intenciones con este nuevo trabajo: “Creo que lo que quería era demostrar que no se domina todo nunca, ni en la película ni en la vida. Es decir, a lo mejor interpretas una situación de una forma y años después te das cuenta de que no era así para nada, de que era una cosa diferente. Eso es lo que quería mostrar: que nunca podemos saber todo lo que ocurre; el único que lo sabe es Dios”.  

Además de esa zona ambigua, en la que el director no entra y nos deja a los espectadores el cometido de saber si queremos decidir y, por tanto, juzgar, hay otro aspecto muy interesante: al igual que sucedía, por ejemplo, con Un asunto de familia, largometraje de Hirokazu Koreeda que recomendamos en esta misma sección hace ya tiempo, Michelle va formando una nueva familia.

Una familia en la que hay menos vínculos de sangre pero en la que el amor parece ser más fuerte. A menudo ella y su amiga se preguntan si fueron buenas madres. El peso de la culpa materna parece no dejarlas en paz. Su propio pasado es turbio y parece reclamar una expiación cada vez que intenta hacer algo bueno por los demás y acude a misa como si en los rezos encontrara su salvación.   

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