San Agustín de Hipona, uno de los padres de la Iglesia más influyentes, escribió extensamente sobre la educación y la formación de la voluntad en los hijos. En particular, porque supo muy bien lo que implicaba este tema, dado que tuvo un hijo al que quiso mucho, llamado Adeodato.
Él consideraba que la formación de la voluntad era fundamental para el desarrollo integral de la persona; pues es la facultad que nos permite elegir entre el bien y el mal, y es esencial para tomar decisiones que nos permitan alcanzar nuestra plenitud como seres humanos.
De ahí la importancia que le da a la sabiduría, caracterizada por los siguientes puntos:
1. Transmitir un conocimiento minucioso de la verdad de las cosas y de un acercamiento preciso a la realidad.
2. Comprender la trascendencia de la presencia de Dios en todas las cosas y tener consciencia de su amor en todo lo que hacemos.
3. La sabiduría se relaciona con la virtud y la moralidad, e implica una forma de vida que se guíe por los principios que nos permiten distinguir entre el bien y el mal.
4. La sabiduría incluye la capacidad de discernir y tomar decisiones prudentes en la vida.
5. La sabiduría no es solo saber muchas cosas y tener una amplia cultura, sino tener presente que, en toda la existencia, está viva la presencia del amor de Dios.
San Agustín sabía que el conocimiento de la verdad era fundamental para formar la voluntad. Por ello, los hijos deben ser educados en la verdad.
En su obra, De la Ciudad de Dios, escribió: "La virtud es el ordenamiento del alma hacia el bien y la verdad" (Libro 19, Capítulo 25).
El amor lo es todo
Este santo consideraba que el amor a Dios y al prójimo son esenciales para formar la voluntad. Los hijos deben ser educados en el amor, compasión hacia los demás, y en la adoración y el respeto hacia Dios. Al igual que la pureza del corazón, misma que se trabaja con humildad y modestia.
La voluntad es como un músculo que se debe ejercitar todos los días. De aquí la trascendencia de que ellos vean en nosotros, los adultos, ese mismo comportamiento y demos testimonio de que lo que les pedimos también lo practicamos como sus papás.
Así que no hay vuelta de hoja, la voluntad de ellos se forma con nuestro ejemplo, y no solo por medio de instrucciones y sermones.