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Dijo san Juan Pablo II en la audiencia general del 29 de noviembre de 1978: "Adviento quiere decir 'venida'. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene?" Él mismo responde que hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres.
El amado san Juan Pablo II insiste en que esta realidad nos debe recordar que el centro de la Navidad es el nacimiento de Cristo, Dios hecho hombre y que "el cristianismo no es solo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo.
El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo.
La caridad es la virtud propia del Adviento
Esta venida del Señor Jesús nos remite a su humilde origen; y quizá por eso se despiertan sentimientos de amabilidad, empatía y solidaridad. En una palabra, la caridad se hace presente y el deseo de ayudar a los más desprotegidos surge en nosotros.
Tal vez influya el hecho de que todos recibimos más dinero, obsequios y comida en abundancia; y el espíritu festivo invade todos los ambientes para ablandar hasta los corazones más endurecidos.
Por ello, el amor al prójimo se percibe en el cambio de actitudes, en la dulcificación en el trato a los demás, en el desprendimiento y la generosidad para compartir lo que tenemos.
Adviento y caridad todo el año
De lo anterior, podemos preguntarnos: ¿verdad que valdría la pena conservar estas actitudes todo el año?
Si, como aseguró san Juan Pablo II, el cristianismo es el Adviento mismo, ¿no es cierto que nosotros debemos ser cristianos comprometidos con el Evangelio los 365 días del año?
La caridad, por lo tanto, como virtud propia del Adviento, deberá estar presente en nuestra vida, acciones, palabras, intenciones y actitudes diarias, porque Jesús nació históricamente una vez en el pesebre de Belén, pero sobrenaturalmente está siempre con nosotros.
Que el Señor nos ayude a conservar nuestros corazones en un Adviento cotidiano.