Hacer la fe accesible, visible, sensible y fácil de memorizar para el "pueblo de Dios" es un eje esencial para Francisco, que nunca ha dejado de preconizar, en su vida de sacerdote, obispo y Papa, un acercamiento a la fe que se nutra no solo de recursos intelectuales, sino también de la sensibilidad y las emociones… aunque ello implique atreverse a poner en práctica prácticas muy sorprendentes desde el punto de vista europeo.
Como arzobispo de Buenos Aires, solía ofrecer a los niños una provocadora catequesis en la que literalmente "quemaba al diablo". "Hacía un gran diablo de tela y metía petardos dentro. Dábamos una catequesis y luego encendíamos el fuego… ¡Era una explosión de petardos! Todo el mundo gritaba. Los niños se divertían. Era teatro, pero les ayudaba a recordar. Para mí, era una manera de hacerles experimentar el 'tercer ejercicio' previsto en la primera semana de los Ejercicios Espirituales. En este ejercicio, san Ignacio quería estimular la capacidad de condenar el mal y fomentar el odio al pecado", como explicó el Papa Francisco en 2016.
Inmunizar a la Iglesia
En su primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium, publicada en otoño de 2013, el Papa Francisco explicaba que las devociones populares "tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención". En ella, el Papa subrayaba que la religiosidad popular "es el sistema inmunitario de la Iglesia" contra todos los reduccionismos e intelectualismos que excluyen a una parte del pueblo de Dios de la comprensión de los misterios cristianos.
En marzo de 2020, fue también para "inmunizar" a la Iglesia contra un enfoque puramente securitario e higienista de la conmoción mundial provocada por la pandemia del Covid-19 cuando el Papa Francisco ofreció al mundo una excepcional bendición Urbi et Orbi, en una Plaza de San Pedro vacía y bajo la lluvia torrencial que caía sobre el Cristo de san Marcello al Corso.
Unos días antes había acudido a esta iglesia cercana a la Piazza Venezia, en el centro de Roma, para rezar ante este crucifijo venerado por los romanos desde que una procesión con Cristo en la Cruz puso fin a una epidemia de peste en 1522. Francisco tocó así el alma popular de los habitantes de la capital italiana al referirse a este símbolo histórico, como ha hecho más de cien veces al acudir a rezar ante el icono de María "Salus Populi Romani" en la basílica de Santa María la Mayor.
Un tesoro por purificar
El éxito de las devociones populares, desde el Vía Crucis del Viernes Santo hasta las procesiones marianas del 15 de agosto o el 8 de diciembre, refleja una necesidad real por parte del "pueblo fiel de Dios" de vivir su fe en torno a símbolos fuertes y visibles. Pero esto puede implicar ciertas ambigüedades. Sobre todo en el sur de Italia, las procesiones religiosas reúnen a gran parte de la población, pero a veces son cooptadas por la mafia.
En septiembre de 2020, con ocasión de una visita a Calabria, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, habló de la necesidad de "purificar la religiosidad popular de elementos que no le son propios, tanto más si son elementos del hampa o de la criminalidad".
El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia publicado en 2001 por la Congregación para el Culto Divino, que sigue siendo, hasta hoy, el principal documento de referencia del Vaticano en la materia, también advierte de ciertos excesos.
"Las expresiones de religiosidad popular aparecen a veces contaminadas por elementos incompatibles con la doctrina católica", advertía Juan Pablo II en el mensaje introductorio de este documento.
"En tales casos, deben ser purificadas con prudencia y paciencia, mediante contactos con los responsables y una catequesis atenta y respetuosa, a menos que incoherencias radicales hagan necesarias medidas claras e inmediatas", explicaba, sin negar el impacto positivo de estas devociones.
¿El fin de la iconoclasia?
Más allá de estos matices, la insistencia del Papa Francisco en el valor de estas prácticas populares marca una clara ruptura con cierta "iconoclasia" que marcó al catolicismo francés en la segunda mitad del siglo XX. En nombre de una mala interpretación del "espíritu del Concilio", algunos párrocos rechazaron ciertas tradiciones religiosas por considerarlas supersticiones, llegando incluso a deshacerse de ciertas estatuas de santos.
Esta lógica de liquidación de las prácticas tradicionales, especialmente presente entre los años 1960 y 1980, contribuyó al cisma más o menos silencioso de una parte de los católicos franceses con respecto a su clero diocesano. Detrás de la rehabilitación de las tradiciones populares y de los símbolos de la piedad católica que el Papa Francisco desea poner de relieve, también está en juego la promoción de la unidad de la Iglesia.