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La palabra ‘poder’ tiene múltiples acepciones. La primera y más básica señala que es el “tener expedita la facultad o potencia de hacer algo” (Real Academia Española).
Esta definición no conlleva un juicio de valor acerca de tal facultad. Esto es posterior y complementario a ella. Por ejemplo, el sicario, con un arma en la mano, tiene poder para asesinar a una persona; la mamá tiene el poder para dar vida a su hijo, o a quitársela con el aborto; y el político tiene poder para gestionar el Bien común, o el de corromperse para obtener un provecho ilícito.
Dios nos dotó a todos los seres humanos de facultades para obrar el bien. Ninguna de ellas tiene por objeto el mal. Por ello, el poder en sí mismo es un don muy bueno y necesario. Los lamentables casos de su mal uso no desvirtúan la facultad, sino al facultado; es decir, a la persona que usa el poder para aplastar, destruir y oprimir al prójimo.
El poder es uno de los deseos más básicos del ser humano. Nadie en su sano juicio aspiraría a la impotencia; es decir, a la incapacidad para hacer algo, pues es muy frustrante el “querer y no poder”.
La Iglesia en su Doctrina Social identifica este deseo, junto con el de la riqueza –ambos llevadas de manera insana, como cuando se persiguen a toda costa y a cualquier precio– como opuestas a la voluntad de Dios:
“Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy sobre todo dos: ‘el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: a cualquier precio’”.
El poder… ¿corrompe?
En la política hay un refrán tan popular como errado que reza: “El poder corrompe, pero el poder absoluto, corrompe absolutamente”. El pensamiento original, autoría del historiador británico Lord Acton, refina en los términos siguientes: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
En efecto, la tentación corruptora del poder es eso, una tentación, pero corresponde a cada persona dejarse seducir por ella, al punto de considerarse omnipotente, o conservar los pies sobre la tierra y asumir el poder en su más alto sentido, como facultad para obrar el bien. Pues podemos llegar a una concepción existencial del poder en sintonía con el valor y dignidad humanas, orientándolo al Bien común.
El sentido cristiano del poder
La Iglesia en su Doctrina Social enseña que el poder es para dominar la creación, no al hombre mismo. En este sentido, el poder es para servir conforme a la voluntad de Dios y a su divino ejemplo:
“Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la tierra y de dominar todo ser viviente (cf. Gn 1,28). El dominio del hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo, no debe ser despótico e irracional; al contrario, él debe 'cultivar y custodiar' (cf. Gn 2,15) los bienes creados por Dios: bienes que el hombre no ha creado sino que ha recibido como un don precioso, confiado a su responsabilidad por el Creador”
Omnipotente
Dios es el único ser omnipotente. Tal atributo es exclusivo de Él. A nosotros nos corresponde el someter nuestra pobre e imperfecta voluntad a la suya. No hay aspiración más conveniente que esta.
Jesús, siendo Dios y, por lo tanto, Señor de los cielos y la tierra, decidió redimirnos con un acto de amor. Su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección dan prueba de ello. Prefirió ello a un acto de poder soberano. Y no es que le faltara facultad para hacerlo, sino que quiso hacerlo así —haciéndose uno con nosotros— para manifestarnos y darnos prueba de su amor infinito. En efecto, Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2, 6-8).
El poder público
La Doctrina Social de la Iglesia señala la natural vocación de servicio que representa el poder público. En efecto, el Servidor público está obligado en conciencia a ejercer su función con el fin de proveer bienestar al pueblo al que sirve. En este sentido, afirma:
“Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales. En esta perspectiva, una autoridad responsable significa también una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu de servicio (paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad); una autoridad ejercida por personas capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales” (CDSI, n. 410).
Y con respecto a los ciudadanos, la Iglesia enseña la obligación moral de respetar a la autoridad pública y colaborar con ella en orden al Bien común. “Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (cf. Lc 22,25), pero jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo. En la diatriba sobre el pago del tributo al César (cf. Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26), afirma que es necesario dar a Dios lo que es de Dios (…)” (CDSI, n. 379).
Autoritarismo
Pero cuando el poder se convierte en obsesión de control y dominación, surgen los autoritarismos opresores y las dictaduras tiránicas que aplastan la democracia y a cualquier opositor. La Iglesia en su Doctrina Social ofrece palabras muy severas:
“Cuando el poder humano se extralimita del orden querido por Dios, se auto-diviniza y reclama absoluta sumisión: se convierte entonces en la Bestia del Apocalipsis, imagen del poder imperial perseguidor, ebrio de 'la sangre de los santos y la sangre de los mártires de Jesús' (Ap 17,6). La Bestia tiene a su servicio al 'falso profeta' (Ap 19,20), que mueve a los hombres a adorarla con portentos que seducen. Esta visión señala proféticamente todas las insidias usadas por Satanás para gobernar a los hombres, insinuándose en su espíritu con la mentira. Pero Cristo es el Cordero Vencedor de todo poder que en el curso de la historia humana se absolutiza. Frente a este poder, san Juan recomienda la resistencia de los mártires: de este modo los creyentes dan testimonio de que el poder corrupto y satánico ha sido vencido, porque no tiene ninguna influencia sobre ellos” (CDSI, n. 382).