La vocación y misión de los fieles laicos es la de animar el orden temporal con los valores del Evangelio de Jesucristo mediante el testimonio y su anuncio correspondiente. Esta definición supone considerar y anteponer la identidad de los laicos. Antes se llegó a hacer por la vía negativa ("los laicos son los que no son sacerdotes"), pero el Papa Pío XII dio un paso adelante al definir la identidad de los laicos por la vía afirmativa:
“Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no solo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (...)”.
Este “ser la Iglesia” se entiende por su relación con la “comunidad de los fieles sobre la tierra”; esto es, la sociedad presente y concreta de cada laico. Para ello vale la pena considerar algunos aspectos de su intervención en ella:
1lugar
El lugar en el que el laico realiza su vocación y misión es el secular (del latín saeculāris que significa ‘del siglo’). En este sentido, la índole secular del laico es la vida en su tiempo, en su historia y en su mundo. El laico está llamado a servir ahí, en su vida social ordinaria, desde los valores de su fe, pero sin asumirse en vocero del obispo u operador del cura. Debe considerar que su espacio propio no es la sacristía, sino la sociedad en donde vive.
"Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, 'es propia y peculiar' de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión 'índole secular'”
2testimonio
Un "laico comprometido" no es únicamente el que anda en las cosas de la parroquia, sino aquel que da testimonio de su fe en el mundo, sin diluirse en él.
3comunión eclesial
Un líder laico no puede asumirse como “la voz de los laicos católicos”, ni mucho menos “la voz de la iglesia”; mucho menos cuando es líder de una fracción política.
En efecto, la iglesia no tiene partidos, pues su naturaleza es ser luz que ilumina todos los caminos de la vida; correspondiendo a cada fiel optar por el que la recta conciencia le señale. En este punto cabe señalar que la única voz autorizada de la iglesia es la del obispo en su diócesis.
Lo anterior no conlleva una ruptura con la comunión de la Iglesia, sino al revés: es asumirse Iglesia en la comunión eclesial, de la mano del Papa y el obispo, en su familia y sociedad.
"La comunión con el Papa y con el obispo está llamada a expresarse en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales. La comunión eclesial exige, además, el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad a la recíproca colaboración".
4política
Todos los laicos están llamados a participar en la política. En esta misión, tienen el auxilio de la Iglesia que, con su Doctrina Social, es brújula que orienta en esta empresa:
“Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la 'política'; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”.
5ley moral natural
El lenguaje del laico en la política no es el del predicador que se dirige a los asistentes a una peregrinación, retiro o congreso. Esto no quiere decir que deba disfrazar la identidad de su fe, sino al contrario, evidenciarla con el testimonio de vida, recordando que la ley moral natural es el lenguaje propio de la política. Esto ayudará a que las manifestaciones políticas sean abiertas y asequibles a la multiforme sociedad, evitando que aparenten ser un acto de culto.
6Ir a las periferias
El laico debe rechazar el relativismo que envenena la sociedad, pero sin aislarse en una burbuja de pureza inmaculada a donde no llega nadie. Lejos de ello, el católico está llamado a ir, en palabras del Santo Padre Francisco, a las “periferias existenciales” (Cf. Mensaje al meeting por la amistad entre los pueblos, Rimini, 24-30 agosto 2014), con un espíritu abierto a sembrar la semilla del encuentro; siempre dispuesto al diálogo y dando razón, con claridad y caridad, de lo que cree, piensa y espera.
7bien posible
Los fieles laicos deben buscar y favorecer el bien posible, por más pequeño que este sea, evitando la inmovilidad de un utopismo de perfección que lleva a la espera eterna del bien ideal. En este sentido, es preferible procurar un bien concreto y tangible, por pequeño y limitado que sea, a quedarse enredado en la búsqueda de un bien perfecto que, por ser tal, acaba siendo inalcanzable.
8participación e influencia
En este momento en el que las plataformas de los partidos políticos al parecer quedaron en un estante de su archivo muerto, o cuando menos deshojadas por el vendaval del pragmatismo político, conviene que los laicos se abran espacios de participación e influencia en todos los ambientes, en todos los partidos, con todos los actores. Ahí donde exista un grupo político o social, de cualquier índole, ahí debe estar el fiel laico llevando la luz de la fe.
9paz y alegría
El laico siempre debe conservar la paz y vivir con alegría, seguro de que la victoria final ya nos la ganó Jesucristo por anticipado con su Resurrección gloriosa. Esta certeza objetiva, contundente y sensiblemente real ayudará a no desfallecer en la convulsa arena social en la que le toca debatirse; dispuesto, si fuera necesario, a ofrendar su vida por amor a Dios y a la Iglesia.
10conciencia de su dignidad
10.- Toda la misión del laico en la sociedad parte de la conciencia acerca de su dignidad; por ello es necesario ponerla como fundamento de su misión.
“Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana. (...) La dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee, gracias al cual supera en valor a todo el mundo material. Las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después pierde su alma?» (Mc 8, 36) contienen una luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hombre vale no por lo que «tiene» —¡aunque poseyera el mundo entero!—, sino por lo que «es». No cuentan tanto los bienes de la tierra, cuanto el bien de la persona, el bien que es la persona misma”.