Lo primero que llama la atención de quienes no hemos leído la novela de Anthony Doerr en la que se basa es que La luz que no puedes ver, miniserie de cuatro episodios para Netflix, está ambientada en Saint-Malo, una ciudad bellísima (quien la visitó, lo sabe) de la Bretaña francesa. Durante la Segunda Guerra Mundial fue un punto estratégico importante y en agosto del 44 las tropas norteamericanas lo recuperaron de las garras de los nazis. Suelen ambientar estas historias bélicas en las mismas ciudades europeas, y por eso este giro beneficia y sorprende al espectador.
La luz de Saint-Malo, con sus murallas y su proximidad al mar, contiene algo fascinante que además queda muy bien en pantalla. Allí rodaron Claude Chabrol (La ceremonia y En el corazón de la mentira) y Éric Rohmer (Cuento de verano); y Martin Bourboulon ambientó algunas escenas de la nueva versión de Los tres mosqueteros; y hay otras series y películas menos populares filmadas en la zona.
El nombre de esta comuna francesa es un homenaje a san Maclovio, monje hoy célebre por una fama asociada a leyendas y milagros y por ser fundador de varios monasterios en tierras bretonas. Allí nació el escritor François-René de Chateaubriand y, aunque falleció en París, está enterrado en la costa de Saint-Malo, justamente en la isla de Grand Bé (garantizamos que las vistas del acantilado desde su tumba son espectaculares).
En este enclave tan especial se sitúa la historia de La luz que no puedes ver: la trama abarca los últimos días de la mencionada Segunda Guerra Mundial y los vistazos al pasado en forma de flashbacks en los que conocemos a los personajes y los caminos que eligieron y las decisiones que tomaron.
Marie-Laure (Aria Mia Loberti), una muchacha francesa ciega que vive en esas semanas aciagas en un caserón, emite un programa de radio ilegal con dos objetivos: introducir claves para los ataques de las tropas que les salvarán y encontrar a su padre.
El padre, Daniel LeBlanc (Mark Ruffalo), fue custodio de las llaves del Museo de Historia Natural de París y tuvo en sus manos una joya codiciada por los nazis: el diamante Mar de Llamas, del que aseguran que contiene a la vez un milagro y una maldición (si uno lo toca, alcanza la inmortalidad… pero como consecuencia sus seres queridos sufren calamidades). A Marie la protege, en la distancia, su tío Etienne (Hugh Laurie), miembro de la resistencia y hombre atormentado por su participación en la Primera Guerra Mundial.
Por otro lado, tenemos la historia de un joven alemán, Werner (Louis Hofmann), quien se crió en un orfanato al cargo de unas monjas. Werner posee una gran destreza en el manejo y la reparación de radios, habilidad que le encadenará a las SS: obligado a incorporarse al ejército por su valía con las ondas de radio, un arma imprescindible en el desarrollo de la contienda, Werner escucha en secreto las transmisiones de Marie, algo que también está prohibido. Su deseo es protegerla y conseguir llegar hasta ella.
De luces, oscuridades y bendiciones
Aunque el contenido de la serie no es explícito respecto a la religión, ésta ocupa un lugar central en la serie (y en la novela, al parecer) mediante alegorías y alusiones. Como hemos dicho, Werner se cría en un orfanato en el que vemos a una monja amable y alejada del cliché de malvada habitual de tantas producciones audiovisuales.
Continuamente, y a través de las emisiones ilegales de una voz secreta que se denomina “El Profesor”, obtenemos referencias sobre los tiempos de oscuridad (el mal, encarnado por el nazismo) y la luz que acabará iluminándolo todo (el bien, pero además la iluminación que puede llegarle a uno, la sentencia “la luz es eterna” y el misterio del cerebro, que pese a estar sumido en la negrura, “crea un mundo lleno de luz para nosotros”). Para Daniel, la ceguera de su hija no es mala suerte, sino una bendición porque ha aprendido a aventurarse por otros caminos gracias al tacto y al olfato.
Pero, ¿quién está detrás de la serie? ¿Quiénes son los responsables? Pues dos creadores tan opuestos como el cineasta y productor canadiense Shawn Levy (versado en la dirección de comedias familiares, blockbusters y series de culto: Doce en casa, Noche en el museo y sus secuelas, Stranger Things o El proyecto Adam) y el escritor y guionista británico Steven Knight (que ha dirigido tres películas, publicado algunos libros y escrito los guiones de Taboo, Promesas del este y Peaky Blinders, entre otros). Mientras el primero suele apostar por historias divertidas y luminosas, al segundo le interesan más los relatos oscuros, de redención y supervivencia. Sorprende que se hayan unido.
El resultado es bueno. Solo cabría reprocharle a la miniserie que el inglés predomine en las bocas de los personajes: algunos hubiéramos preferido escucharles hablar alemán y francés.