La Iglesia, “experta en humanidad” es fiel custodia de la dignidad y Derechos Humanos. Por ello se esmera en el aprecio, cuidado y defensa de la vida humana desde su inicio, en la concepción, hasta su término, buscando que éste sea de forma natural.
El 4 de octubre de 1965, el Papa san Pablo VI visitó la Organización de las Naciones Unidas. En tal ocasión ofreció a los representantes de los Estados un discurso en el que se refirió a la Iglesia como “experta en humanidad”. Tal expresión vino a encontrar eco en el magisterio de los papas san Juan Pablo II y Benedicto XVI; se encuentra en la presentación del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia; y se cita en numerosos documentos y ensayos.
La Iglesia ha adquirido tal expertiz por su carisma y misión de servir a todo el hombre y a todos los hombres. “Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2419).
El magisterio de la Iglesia
El cuidado de la vida humana forma parte del magisterio de la Iglesia. Esto no es un tema nuevo, no está al margen de la Palabra y no es contrario a la ciencia.
1No es tema nuevo
El magisterio en torno a este tema es abundante y fundado en la tradición. El numeral 2271 del Catecismo de la Iglesia Católica cita:
“Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.
'No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido' (Didajé, 2, 2; cf. Epistula Pseudo Barnabae, 19, 5; Epistula ad Diognetum 5, 5; Tertuliano, Apologeticum, 9, 8).
'Dios [...], Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables' (Gaudium et spes 51, 3).”
2No está al margen de la palabra
La Palabra nos revela el inicio de la vida humana en el acto creador de Dios. Por ello, la vida es sagrada. Nadie, solo Dios, es dueño de ella y, por tanto, no es lícita cualquier acción u omisión que tenga por objeto matar una persona.
Tampoco existe justificación alguna para convertir el crimen del aborto en un derecho; y menos aún cuando la víctima mortal es, en este caso, el más inocente e indefenso de los seres humanos.
"Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado" (Jr 1, 5).
"Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra" (Sal 139, 15).
3No es contrario a la ciencia
El desarrollo científico ha venido a confirmar que la vida humana inicia en la concepción. Así lo sostiene la embriología y los estudios sobre el genoma humano.
Señalar esto es muy importante y significativo ya que todavía hay personas que pretenden oponer la fe y la ciencia, lo cual es imposible, pues ambas tienen un mismo origen: Dios; y un mismo fin, enseñarnos la verdad, aunque el método y ámbito del conocimiento sean distintos.
El aborto en la Doctrina Social de la Iglesia
El Papa san Juan Pablo II nos ha dejado una lista no exhaustiva de los derechos que, de manera natural, goza cualquier persona. Esta lista la encontramos en su carta encíclica Centesimus annus:
- El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido;
- El derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad;
- El derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad;
- El derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos;
- El derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad.
- Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona.
(cf. n. 47)
La Doctrina Social de la Iglesia (n. 153) enseña que estos y todos los derechos humanos son universales, inviolables, inherentes a la persona humana e inalienables; es decir, nadie puede suprimirlos, disminuirlos, condicionarlos ni enajenarlos.
Es necesario reconocer que el primero de todos los derechos humanos es el de la vida, ya que es fundamento y condición de los demás. Sin vida, no hay derechos. Por ello, la Doctrina Social de la Iglesia califica el aborto como:
"Un delito abominable (que) constituye siempre un desorden moral particularmente grave; lejos de ser un derecho, es más bien un triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de una mentalidad contra la vida, amenazando peligrosamente la convivencia social justa y democrática" (CDSI, n. 233).
El martirio… ¿es tema actual?
La Doctrina Social de la Iglesia no se anda con “medias tintas” cuando nos enseña la obligación moral de hacer vida aquello que creemos. En efecto, la defensa de la vida, en medio de una cultura de muerte como la que ahora existe, exige una coherencia radical.
"Téngase presente que, en las múltiples situaciones en las que están en juego exigencias morales fundamentales e irrenunciables, el testimonio cristiano debe ser considerado como un deber fundamental que puede llegar incluso al sacrificio de la vida, al martirio, en nombre de la caridad y de la dignidad humana. La historia de veinte siglos, incluida la del último, está valiosamente poblada de mártires de la verdad cristiana, testigos de fe, de esperanza y de caridad evangélicas.
El martirio es el testimonio de la propia conformación personal con Cristo Crucificado, cuya expresión llega hasta la forma suprema del derramamiento de la propia sangre, según la enseñanza evangélica: 'Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto' (Jn 12,24)".
Como podemos apreciar, el reto no es fácil, pero vale la pena asumir la vida con perspectiva de eternidad y, por amor al que es Vida, estar disponible para ofrendarla en el testimonio que nuestro momento histórico llegue a exigir.