Vivir como buenos cristianos es todo un reto diario. Procurar tener un comportamiento aceptable ante el mundo, porque está atento al menor movimiento en falso que hagamos, es un claro aviso de que la conversión debe ser una prioridad cotidiana.
Por eso, siempre será prudente recordarles a quienes conviven con nosotros que aún estamos "en construcción".
No somos perfectos
Ciertamente, como creatura salidas de las manos de Dios somos perfectos.
Sin embargo, por el pecado original, el hombre perdió la gracia santificante y los dones preternaturales, así mismo, debilitó su voluntad para combatir las tentaciones que lo inducen a pecar.
Así lo describió san Juan Pablo II en la audiencia general del 3 de septiembre de 1986:
"A la luz de la Biblia, el estado del hombre antes del pecado se presentaba como una condición de perfección original, expresada, en cierto modo, en la imagen del 'paraíso' que nos ofrece el Génesis. Si nos preguntamos cuál era la fuente de dicha perfección, la respuesta es que esta se hallaba sobre todo en la amistad con Dios mediante la gracia santificante y en aquellos dones, llamados en el lenguaje teológico 'preternaturales'".
Por esa razón, entendemos por qué nos cuesta más entablar la lucha contra las malas inclinaciones y por ende, por qué estamos lejos ser santos.
La santidad cuesta
El ejemplo lo tenemos en los millones de cristianos que se esforzaron por parecerse a su Señor: aquejados por vicios y pecados, día a día se fueron transformando en hombres y mujeres que optaron por el reino de Dios.
Si somos curiosos, buscaremos las biografías no solo de los santos famosos, sino de aquellos que ni siquiera sabíamos que existían, con los que podemos identificarnos: profesionistas, amas de casa, jóvenes, ancianos, niños, solteros, matrimonios, sacerdotes, religiosas, pero todos con algo en común: se esmeraron en despreciar el mal, aún a costa de su propia vida.
Y algo más: es verdad que muchos fueron estrellas refulgentes, taumaturgos impresionantes, dechados de pureza, cristianos ejemplares.
Pero otros comenzaron siendo grandes pecadores que, al encontrarse con Jesús, descubrieron la razón de su existencia y se entregaron a vivir de acuerdo a las enseñanzas del Salvador.
Así somos nosotros: caminando paso a paso tras las huellas del Señor, a veces de pie, otras veces cayendo estrepitosamente, pero siempre volviendo a sus brazos porque "somos santos en construcción".