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‘Eric’: miedos, desapariciones, redención y marionetas

Eric Netflix
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José Ángel Barrueco - publicado el 03/07/24
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Netflix estrena esta miniserie con gran éxito

En “Eric”, la nueva miniserie creada por Abi Morgan, encontramos una exploración de lo que significa ser un padre egoísta y/o desinteresado. Al personaje principal, Vincent (Benedict Cumberbatch), lo vemos ejercer tanto de padre como de hijo. Su propio progenitor, Robert (John Doman), un empresario sobrado de beneficios económicos, olvidó en algún momento de su vida que su hijo también necesitaba atenciones y un modelo de paternidad. No lo hizo bien. Vincent, que arrastra ciertos desórdenes mentales, es una especie de ogro para su hijo, Edgar (Ivan Morris Howe): pero Vincent no se imagina que pueda ser así. Él creía que su conducta era correcta.

La diferencia entre estas dos clases de padres es que, como comprobaremos a lo largo de los 6 episodios, Robert ya no va a cambiar ni se interesa por hacerlo, mientras que Vincent emprende una búsqueda de su hijo y de sí mismo para mejorar y llegar a la redención. Porque nunca es tarde para redimirse. Éste es el factor más interesante de una historia en la que confluyen las tramas detectivescas, la indigencia, la corrupción policial, las desapariciones de niños, el trabajo de los marionetistas y los trastornos mentales.

Eric Netflix

Nueva York, años 80. Cuando comienza la historia vemos que Vincent es un marionetista de éxito: diseña y construye marionetas y las mueve en un espectáculo televisivo, Good Day Sunshine, que alegra y motiva a los niños como si fuera una versión alternativa de Barrio Sésamo. Antes de desaparecer en el laberinto de calles de la ciudad, su hijo Edgar le habla de una idea: él mismo ha diseñado a un monstruo gigante llamado Eric. 

Es entonces cuando vemos que ese éxito solo es la superficie de una vida marcada por la autodestrucción: a Vincent empiezan a detestarlo sus compañeros de trabajo, su mujer se ha buscado a un amante y está pensando en abandonarlo, sus jefes ya le miran con piedad y censura, y por si fuera poco, abusa de las drogas y el alcohol. Al desaparecer misteriosamente su hijo, entra en escena un policía íntegro y estricto, Ledroit (McKinley Belcher III), obsesionado con las posibles acciones delictivas de un club cerca del lugar donde se vio al niño por última vez.

Las voces de la conciencia

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Tras la desaparición y la puesta en marcha del sistema policial de búsqueda y pesquisas, Vincent también se obsesiona con Eric, el diseño de su hijo. Su idea consiste en hacer real ese boceto e incorporarlo al programa porque, cree él en su desvarío, de esa forma Edgar reaparecerá. Su trastorno, sin embargo, va un paso más allá: el monstruo, que no es maligno ni aterrador, empieza a aparecérsele y a hablarle, como una voz de la conciencia parecida a Pepito Grillo que le va dictando sus errores y empujándole a reflexionar y a ver por sí mismo dónde se equivocó. 

Otro aspecto interesante de la serie es el modo en que el niño va expresando su malestar mediante su creatividad al referirse a sus padres y sus discusiones. Al igual que Vincent, Edgar dibuja mucho. Los niños suelen mostrar su mundo interior (y exterior) mediante caricaturas en las que uno ve si el padre es un ángel o un monstruo. Los dibujos funcionarán como mapa de conductas para el propio Vincent. 

Este hombre caído en desgracia pero en vías de recuperación, a quien interpreta estupendamente un casi irreconocible Cumberbatch, va atravesando en la serie diversas fases que construyen las numerosas capas de su personaje: la ira, el dolor, el delirio, el cariño, la frustración, la maldad, la bondad… Vincent oscila todo el tiempo entre las alucinaciones de un perturbado y la creencia en cierto realismo mágico, como si las marionetas, detrás de sus hilos y sus materiales sintéticos, pudieran transportarnos a un cuento de hadas. 

No es un personaje fácil porque, a medida que los episodios transcurren, cada vez nos resulta más antipático. Solo esa necesidad de redención, esa búsqueda disparatada y llena de voces mentales que emprende, es lo que nos reconcilia con el protagonista y el mensaje que la serie transmite: que, por muy mal que uno haya asumido sus obligaciones, nunca es tarde para cambiar, para transformarse en el modelo paterno que los hijos necesitan en la infancia.

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