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"Algunos refugiados judíos fueron acogidos por los canónigos de San Pedro en el Vaticano, y unos pocos en Castel Gandolfo", recordó Nina Valbousquet el 20 de junio durante la presentación de su libro en una librería francesa de Roma, precisando que estos judíos "formaban parte de un grupo más amplio de fugitivos, no había una política específica dedicada a ayudar a los judíos. También había, por ejemplo, políticos italianos que más tarde se convertirían en democristianos, soldados aliados, italianos que huían de la movilización de la República de Salò… así que era un grupo compuesto", explicó la joven historiadora francesa.
En total, la Ciudad del Vaticano habría acogido a 160 refugiados, 120 de los cuales fueron escondidos en la casa de los canónigos de San Pedro. Se menciona la "raza judía" de unos cuarenta de ellos, de los que unos quince fueron bautizados. Un informe presentado el 2 de junio de 1944 al Sustituto, Mons. Giovanni Battista Montini -que 19 años más tarde se convertiría en Papa con el nombre de Pablo VI- documenta este episodio poco conocido. El informe es el resultado de una investigación iniciada en febrero de 1944 y encargada en particular por el cardenal Nicola Canali, entonces presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y conocido por su cercanía al régimen fascista.
Con 80 años de retrospectiva, las preguntas inquisitoriales de la investigación pueden resultar sorprendentes: "¿Tienen ustedes huéspedes no autorizados viviendo en la Ciudad del Vaticano? ¿Cuántos huéspedes? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Quiénes son? ¿Cómo han entrado? ¿Quién los ha recomendado? ¿Cuánto pagan? ¿Pueden estos huéspedes instalarse en otro lugar? Algunos prelados y cardenales vaticanos estaban preocupados por el riesgo de represalias alemanas y se sentían molestos por la presencia de invitados no católicos en el Vaticano.
Prejuicios persistentes
Las audiencias revelaron profundas divisiones entre los prelados sobre la actitud a adoptar. La sospecha de corrupción fue levantada por monseñor Giovanni Bressan, antiguo secretario privado del papa Pío X a principios de siglo, quien afirmó que "los huéspedes de la casa de Ciccarelli (el sacristán don Ciccarelli) habían pagado 50 mil liras cada uno" y que "el ascensorista, Aurelio Luchi, compró un abrigo de piel por valor de 16 mil liras para su señora y sus hijos van elegantemente vestidos". "Los hechos están a la vista", afirma.
Entre los prelados implicados en la acogida de inmigrantes, el argumento más esgrimido es el de la salvación de las almas y, por tanto, la conversión. Mons. Francesco Beretti justifica así su enfoque de la protección. "Quisiera decir que se ha hecho mucho bien, con la asistencia religiosa, a las almas de estos pobres refugiados, entre los que tengo razones para creer que se han evitado algunos suicidios. En particular, se han organizado ejercicios espirituales de preparación a la Pascua, así como numerosas comuniones y Misas", explica.
Otro prelado, monseñor Guido Anichini, señala que esta acogida podría tener un impacto positivo en el prestigio del Papa Pío XII. "Considero absolutamente imposible acoger en otro lugar a todas estas personas, que están amenazadas de muerte segura si ponen un pie fuera del Vaticano, y estoy seguro de que si se vieran obligadas a marcharse, ocurriría algo trágico. Todos atribuyen indistintamente esta hospitalidad caritativa a los méritos del Santo Padre Pío XII, a quien expresan su profunda gratitud", afirma.
El surgimiento de una nueva visión de los derechos humanos
Un sacerdote de rango inferior, Don Michele Russo, asumió por su parte, sin compensación alguna, la tarea de acoger a una familia judía de comerciantes en la Piazza Risorgimento, donde acostumbraba a comprar desde hacía algunos años. "Puede que luego me lo agradecieran, no lo sé, y no me lo dijeron. Las únicas palabras que me dijo el padre fueron: 'Tendrás un hermano en mí'", contó a los investigadores.
Esta rara referencia a una lógica de gratuidad, fraternidad y dignidad parece ser precursora del cambio radical en la concepción de los derechos que acabaría surgiendo después de la guerra.
"La Iglesia no tenía ningún problema real con la limitación de los derechos civiles, políticos, sociales y económicos. Lo que era un problema era la persecución de la dignidad humana. Este concepto de derechos humanos empezó a surgir en el pensamiento católico de la época, sobre todo en torno a figuras como Jacques Maritain", explica Nina Valbousquet.
Mientras que las leyes raciales de 1938 en Italia habían sido consideradas aceptables por la Iglesia, la persecución física de los judíos, en particular con la separación de las familias, acabó por cuestionar la conciencia de algunos eclesiásticos, en particular en Francia, donde algunos obispos, en nombre de la "conciencia cristiana", criticaron la persecución de los judíos. La reciente declaración de la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita, sobre la dignidad infinita e intrínseca de todo ser humano, se inscribe pues en un largo proceso de maduración que se aceleró durante la Segunda Guerra Mundial. Cristalizó en la segunda mitad del siglo XX, haciendo de la defensa de los derechos humanos un eje fundamental de la doctrina social de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.