Jesús se hizo hombre como cualquiera de nosotros, seres humanos que habitamos el mundo, cumpliendo la voluntad de su Padre que nos ama tanto que no dudó en enviar a su propio Hijo, quien también nos ama y oró por nuestra santificación.
Lo vemos claramente en el Evangelio: siempre que alguien se acercaba a Jesús para pedir un milagro o exponer alguna inquietud, se encontró con un Dios que le abría los brazos para consolarlo. Nunca hubo un rechazo porque Cristo vino por todos. Y, conociendo la fragilidad humana, oró al Padre por cada uno.
Jesús oró por nosotros
El Evangelio de san Juan narra un profundo momento de oración entre Padre e Hijo, donde Jesús revela que ha llegado la hora de ser glorificado, pues ha hecho la voluntad de Dios. Y en medio de este diálogo, el Señor ruega:
"Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos" (Jn 17, 9).
Más aún, nos encomendó al cuidado del Padre porque Él ya no estaría en el mundo:
"Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros" (Jn 17, 11).
Además, fue muy específico:
"No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno" (Jn 17, 15).
Nuestra santificación es volver a Dios
Cristo no quería evitar que viviéramos en el mundo, dijo bien que vivimos en el mundo sin ser de este mundo, porque el que conoce a Dios ya no puede pertenecer a las cosas pasajeras, que pueden perdernos.
El Señor quería que entendiéramos la profundidad de su amor y la entrega total que daba de su vida para nuestra salvación, por eso, santificarnos haciendo la voluntad de Dios es como podremos encontrarnos con Él en la eternidad.
No estamos solos, Jesús sigue protegiéndolos, solo hace falta que lo creamos y lo aprovechemos.