La Cuaresma es un tiempo único en el calendario de la Iglesia que se centra en el desapego de las cosas de este mundo. Como Jesús se fue al desierto a rezar, así nos vamos nosotros al desierto a reflexionar sobre nuestras vidas y el estado de nuestras almas.
En particular, san Juan Pablo II comentó en su mensaje para la Cuaresma de 1980 que la Cuaresma es un tiempo para examinar los "tesoros" de nuestras vidas:
"El espíritu de penitencia y su práctica nos impulsan a desprendernos sinceramente de nuestras posesiones innecesarias, e incluso a veces de las necesarias, que nos impiden 'ser' realmente como Dios quiere que seamos: 'Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón'. ¿Está nuestro corazón apegado a la riqueza material, al poder sobre los demás, a formas sutiles de dominar? Si es así, necesitamos a Cristo, el Liberador pascual, que, si lo deseamos, puede liberarnos de todas las ataduras del pecado que nos atenazan".
Deshacernos de los falsos tesoros
San Juan Pablo II continúa desafiándonos no solo a identificar los falsos tesoros a los que nos aferramos, sino también a deshacernos de ellos:
"Preparémonos para dejarnos enriquecer por la gracia de la Resurrección, despojándonos de todos los falsos tesoros: los bienes materiales que no necesitamos son a menudo las condiciones mismas de la supervivencia de millones de seres humanos. Asimismo, además de su mera subsistencia, cientos de millones de personas esperan que les ayudemos a dotarse de los medios necesarios tanto para su plena promoción humana como para el desarrollo económico y cultural de sus países".
De este modo, podemos purificar nuestros corazones mediante el desprendimiento y la caridad. Podemos regalar nuestros tesoros para que otros prosperen.
Al entrar en la Cuaresma, preguntémonos qué es lo que verdaderamente atesoramos en la vida y tratemos de desprendernos de todo lo que pueda alejarnos de Dios.