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‘Perfect Days’: la virtud espiritual de una vida sencilla 

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José Ángel Barrueco - publicado el 01/02/24
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El nuevo filme de Wim Wenders, nominado al Oscar

Perfect Days, ganadora de varios premios y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional, supone el regreso de Wim Wenders a su etapa de prestigio tras una trayectoria extraña e irregular en los últimos años, durante los que dirigió aplaudidos documentales (El Papa Francisco: Un hombre de palabra, La sal de la tierra), películas menospreciadas (Inmersión, Los hermosos días de Aranjuez, Todo saldrá bien), muchos cortometrajes y filmes de episodios junto a otros cineastas. Su apuesta por la sencillez se ha saldado este año con un merecido éxito.  

Hay un breve poema del poeta vasco Karmelo C. Iribarren titulado "La vida sigue", cuyos versos se despliegan casi como un haiku extendido: "La vida sigue –dicen–, / pero no siempre es verdad. / A veces la vida no sigue. / A veces solo pasan los días". Éste podría ser el argumento que resumiera la esencia de estos Perfect Days de Wendersn en los que nos muestra la vida cotidiana de un ciudadano que trabaja en Tokyo.

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Koji Yakusho interpretando el papel de Hirayama

Hirayama (Koji Yakusho, rostro familiar del cine japonés y de algunas producciones internacionales, quien lleva a cabo una interpretación notable) desempeña un trabajo desagradable pero necesario: limpia los baños públicos de la ciudad. Vive solo. Por las mañanas se levanta temprano con el ruido de la escoba de una señora que barre las aceras y arrastra las hojas caídas. Luego procede a efectuar sus rituales diarios, que no varían: se asea, se viste, humedece sus plantas, compra un café de máquina, se sube a su furgoneta y, mientras conduce hasta su primer destino, escucha cintas de casete con canciones de clásicos del rock (Lou Reed, Patti Smith, The Kinks…) Cuando acaba la jornada, va a casa a cambiarse, sale en bicicleta, se limpia y descansa en un local que incluye sauna, jacuzzi y sofás para relajarse, cena en un restaurante callejero, regresa al piso y se dedica a leer libros hasta que le vence el cansancio.

Una vida zen para alcanzar felicidad y paz espiritual

Todas sus jornadas parecen idénticas en días laborables, como lo suelen ser las nuestras. Pero hay ligeras diferencias, pequeños matices. A veces hay encuentros por azar. Visitas inesperadas. Conversaciones nocturnas en comedores. Trayectos hasta la librería para abastecerse de cuentos y novelas a precio de saldo. La vida que lleva Hirayama se parece, en cierta manera, a la de un monje zen. Madrugar, alimentarse, trabajar, leer por la noche… Hace las tareas sin prisa y sin pausa. Con método, con paciencia, con dedicación. Escucha música en formatos analógicos, sus libros son de papel e incluso cree que Spotify es una tienda física de algún rincón de Tokyo. 

Nunca llegamos a saber por qué motivos un hombre de mediana edad afronta diariamente esa rutina de soledad y mugre en los servicios públicos. Y, sin embargo, este encargado de la limpieza es feliz. Como en Perfect Day, la canción de Lou Reed que da título a la película, en la que se habla de un día perfecto, consistente en cosas cotidianas como dar de comer a los animales del zoo, beber sangría en el parque e ir al cine antes de regresar a casa. Pequeñas gestas cotidianas. No se necesita más para sonreír, parece decirnos el rostro iluminado del protagonista cuando conduce escuchando canciones o es eficaz en su empleo para que los usuarios se sientan cómodos y encuentren todo limpio. 

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Hirayama jamás profiere una queja. Sin palabras, pues es un hombre que apenas habla o solo dice lo necesario, nos transmite una vida pura, limpia, sin alardes. Así nos demuestra que vivir consiste en una serie de repeticiones y de gratitud por levantarse cada mañana. Aunque no se habla de religión, su existencia sí es espiritual. La paz consigo mismo y el cumplimiento de sus tareas sin soltar un lamento logran que alcance ese bienestar espiritual que algunos han buscado en monasterios y otros retiros (véase el documental Libres, que ya recomendamos aquí). Pero el camarero de un restaurante pronuncia una frase capital para el cumplimiento de esa existencia: "Respete siempre a un equipo o la religión de los demás". 

Todo esto lo filma Wim Wenders con pequeñas variantes, como decimos, con lo cual el espectador nunca se aburre: igual que en las costumbres del protagonista siempre se cuela algo que diferencia a un día de otro, en la pantalla sucede lo mismo. Como pasaba en Fallen Leaves, de la que hablamos en este mismo espacio la semana anterior, Perfect Days es otro filme sencillo y minimalista que nos empuja a reflexionar sobre sus protagonistas. Son películas que parece que no tratan de nada. Y, sin embargo, tratan de todo. 

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