La neurociencia está muy avanzada en la actualidad, y la psicología ha hecho uso de ella para que comprendamos el efecto que las palabras tienen en el cerebro humano. Ahora sabemos que todo lo que decimos, sobre todo a los niños, dejará huellas en su cerebro y crecerán con las ideas que habrán construido a partir de lo que escuchen de nosotros. Así pues, si nos oyen fortaleciendo su autoestima, alabando sus logros, corrigiéndoles con cariño cuando cometen un error, crecerán con comportamientos correctos y empáticos hacia sí mismos y hacia los demás.
Y, en general, todas las relaciones humanas se basan en la buena comunicación que tengamos con quienes nos relacionamos; de la misma manera, la oración hará su obra en nuestra alma porque con quien hablamos es con nuestro Padre celestial. La Sagrada Escritura da soporte a la fuerza de la Palabra de Dios, como leemos en el libro del profeta Jeremías:
"La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: 'Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones'. Yo respondí: '¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven'. El Señor me dijo: 'No digas: Soy demasiado joven, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –'. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: 'Yo pongo mis palabras en tu boca'".
Pidamos inspiración al Espíritu Santo
Por eso, para hablar con las palabras adecuadas, es necesario que ejercitemos nuestra voluntad y recordemos que no hay que hacer a otros lo que no queramos que nos hagan, hablando con todos, con caridad cristiana, para constituir personas fuertes, amadas y seguras, pensando en que Dios quiere que nos tratemos con amor, como nos insiste Jesús en los capítulos 13 y 15 del Evangelio de san Juan:
"Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".
Para reforzar esta decisión, invoquemos al Espíritu Santo con esta oración de la beata Conchita Cabrera de Armida:
ORACIÓN
Desde hoy, te quiero consagrar, Espíritu
Santo, mi cuerpo con sus sentidos, mis fuerzas y
pensamientos, mi vida entera, y grabar en mi
corazón, con letras de fuego, estas palabras: ¡Ven, oh Santo Espíritu, quiero amar con todo mi corazón al Padre, con toda mi alma al Hijo, con todas mis fuerzas, con todos los latidos de mi corazón a Ti,
Esplendor del Padre y del Hijo, Espíritu Santísimo!
¡Oh María!, por Ti se va al Espíritu Santo;
eres el más suave y seguro medio para que Él venga
a reinar en los corazones. iRuégale hoy que venga,
cuanto antes, a unir las voluntades, a traernos la
paz, a triunfar de los odios entre los que somos hermanos de Jesús e hijos tuyos! Amén.